Capítulo XI
V
El capítulo IV está dedicado como ya hemos dicho a la Cábala de Castilla, que recoge inmediatamente el testigo de la Cábala de Provenza y Cataluña durante ese prodigioso siglo XIII que señala la culminación de un período clave de la historia de Occidente, y que anticipa otro no menos clave como fue el Renacimiento de los siglos XV-XVI. Como en Gerona, también en Castilla sobresalen eminentes maestros de la Ciencia Sagrada, como José Chiquitilla, Abraham Abulafia y Moisés de León. A ellos están dedicados cada uno de los tres acápites principales de este capítulo, que comienza con Chiquitilla, o Gikatilla (nacido en Medinaceli), el cual junto a Moisés de León y otros cabalistas castellanos se centra en las sefiroth y la teoría de las emanaciones, es decir que
le dieron una posibilidad teosófica al profundizar sobre la cosmogonía y las emanaciones o Nombres Divinos, los que agregan indefinidas proyecciones, sobre todo a partir del Sefer Yetsirah. La Cábala lingüística o sea la metafísica del lenguaje es para ellos un complemento de la concentración sobre los Nombres Divinos siguiendo en esto a la escuela de Provenza y Gerona.[532]
Federico selecciona y extrae como «chispas de luz» fragmentos de los libros más importantes de Chiquitilla, aquellos en los que se expone la cosmogonía y la metafísica de la Cábala: Puertas de Luz, Las Puertas de la Justicia y El Secreto de la Unión de David y Betsabé. Pero en primer lugar nos habla, parafraseando al propio Chiquitilla en el prólogo a Puertas de Luz,
de la majestad de todo aquello que tiene que ver con la Cábala y de lo peligroso que puede ser para quien con una mente poco apropiada se quiere internar en ella. En el prólogo de esta obra ya se empieza a hablar que el temor de Dios es principio de toda Sabiduría y que ese ánimo de respeto a lo sagrado es el que ha de tener aquel que pretende acceder a la Cábala.
Y a hemos mencionado esa premisa fundamental que representa el temor y el respeto a lo sagrado para quien desee penetrar en los «senderos de la Sabiduría» y comenzar la búsqueda del Sí Mismo, que en última instancia sólo puede reencontrarse a Sí Mismo por Sí Mismo. Los métodos cabalísticos, resultado de la revelación y de la experiencia de los propios cabalistas en el camino del Conocimiento, son fundamentales para realizar esa labor de imprescindible transmutación, insistiendo una vez más, como lo hace desde su primera obra, en señalar el sentido de la idea de sacrificio:
El estudio, la concentración-meditación, la oración (téfilah) permanentemente centrada en el Arbol Sefirótico, el sacrificio (hacer sagrado) y la sujeción al orden cósmico que es el que fija la Ley, así como el rito perenne de la unión de opuestos y la fidelidad al cielo, que es el que fija los canales, o caminos de uno mismo, al tiempo que se va accediendo al destino, o sea a la libertad, son los métodos que han caracterizado siempre a la Cábala y que ya se encuentran presentes en Chiquitilla, que recoge la Tradición de su pueblo y la revivifica, como han hecho los sabios una y otra vez hasta el presente.[533]
Y se presupone esa luz, esa enseñanza que llega también a ser increada, y es la que fija junto con el sonido de los nombres y la perfección de los números y las letras, una y otra vez todas las cosas. Este texto (Puertas de Luz) bien puede ser por su discurso y sus indefinidas relaciones el trabajo especular de toda la vida de sus discípulos, o aprendices empeñados en ello. A través de su lectura se promueven innumerables imágenes, a veces fugaces, otras más claras que constantemente juegan y espejan la geografía del pensamiento cabalístico, como hemos dicho verdadero cuerpo de luz que, como el Vajra hindo-budista-tibetano refleja la brillantez visible de la armonía universal, y de la iluminación mediante uno de sus múltiples reflejos.
Y para conocer, el cabalista se somete a un duro rito cotidiano, sin esperar nada al mismo tiempo que va advirtiendo mediante chispas y fulgores, que él mismo forma parte de ese cuerpo de luz. Iluminación interna, no exterior, donde toma conciencia de su identidad en lo Sagrado, y se vive como habitante de ese espacio otro. (129-130).
En algunos párrafos de esta cita nuestro autor parece sugerir un tema del que ha hablado muchas veces en sus clases y plasmado en sus libros: la idea de que los modelos y símbolos cabalísticos (lo que se puede extender a los símbolos sagrados de todas las tradiciones) están cargados con las energías espirituales (ideas-fuerza) de los que han meditado en ellos a lo largo del tiempo, lo que supone una manera muy sutil de la transmisión iniciática a través de la «cadena invisible», siempre y cuando naturalmente exista por parte del recipiendario que medita en el símbolo una voluntad activa en ello (es decir que estimule con su propia concentración a esas ideas-fuerza para que le revelen su contenido) acompañada de una intención recta de corazón, que es una forma de la debecut, de la adhesión a lo sagrado. Precisamente, y sin ir más lejos, en la introducción de Presencia Viva…, Federico se refiere a la «acción» de esa cadena invisible en los siguientes términos:
Puesto que excelsos sabios y rabinos, distantes en el tiempo –pero que existen actualmente en verdad en otro plano de la realidad (el subrayado es nuestro)– están unidos sólidamente por la gran cadena áurea, en la que la misma voz de la deidad se hace presente.
Como estamos viendo, el tema medular y el que articula todo el discurso de Chiquitilla es la Luz espiritual, y esto es algo que caracteriza a todos los cabalistas de Sefarad, hasta el punto que se ha llegado a denominar
la Cábala de Sefarad como la Cábala de la Luz, lo que este libro (Puertas de Luz) constata desde su título a su contenido, en el que describe un camino ascendente en medio de la luz de las sefiroth, por el influjo de las (Shefá)[534] todas sagradas, que conforman un cuerpo orgánico donde la emanación de la Inteligencia, fecundada por la Sabiduría y presidida por la Corona, se refleja en cada una de las sefiroth e iluminan con distintos esplendores nombres y numeraciones, la majestad de lo sagrado, bendito sea. (129).
De hecho Puertas de Luz es una guía para el conocimiento de las sefiroth, siendo cada una también un Nombre divino, un atributo del «Uno sin Segundo», a través de los cuales penetramos en la esencia de todas las cosas. En este sentido, en la p. 132-133 encontramos estas palabras debidas a Georges Lahy, uno de los traductores de Puertas de Luz:
Shaaréi Orah es una enciclopedia de los Nombres divinos y una nomenclatura de las relaciones que mantienen entre sí las palabras de la Torah y los Nombres de Dios. Gikatila revela el método que permite desnudar a cada palabra de sus capas externas, con el fin de acceder al Sod, el grado de la hermenéutica. Cada relato o personaje de la Biblia representa entonces un aspecto de los distintos atributos de lo divino. Aunque la Cábala sea una disciplina esotérica, Gikatila quiere que la enseñanza de Puertas de Luz sea comprendida con claridad.
Y Federico añade a continuación:
En efecto, el estudio reiterado sobre el diagrama sefirótico, las especulaciones (en el sentido etimológico del término) sobre sus múltiples aspectos y las analogías que se van produciendo en este espacio intelectual, hacen que la relación sujeto-objeto se vaya incorporando en el cabalista, que pasa así a concebirse como un punto más que luminoso de la luz increada en la inmensidad de los estados del Ser Universal, con los que pretende identificarse, siendo la respuesta sus distintos estados de conciencia.
Las «puertas de luz» son precisamente los Nombres divinos que se corresponden con las sefiroth, y todos ellos se concentran en el Nombre Unico, es decir en YHVH, que como dice Chiquitilla
denota la esencia del Creador Bendito, y todo depende de él.
A propósito de esto, nuestro autor nos recuerda nuevamente algo importante: que en Puertas de Luz Chiquitilla
transfiere el nombre YHVH al Arbol Sefirótico atribuyendo las dos primeras letras al plano de Atsiluth, la V a las sefiroth de construcción y la segunda H a Malkhuth.[535] Otros cabalistas ubicaron cada una de las letras correspondiéndose con los planos o mundos en que se subdivide el Arbol: Atsiluth, Beriyah, Yetsirah y Asiyah.
Esta transferencia y correspondencias entre las letras del Tetragrama y los planos y las sefiroth del Arbol es un aspecto muy importante de la didáctica cabalística (estrechamente ligado con el simbolismo del Macroposopos y el Microposopos), que nuestro autor incorpora a su enseñanza como podemos comprobar en algunos de los acápites de Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha dedicados a la Cábala.
Algo que se hace evidente en los estudios llevados a cabo por estos hombres de Conocimiento (como nuestro autor y los cabalistas que hemos nombrado, estamos nombrando y nombraremos a lo largo de esta meditación en Presencia Viva de la Cábala) es la actualidad de su pensamiento, lo que nos indica varias cosas al mismo tiempo: que ese pensamiento no tiene su origen en la individualidad humana, pues lo limitado no puede albergar lo Ilimitado, el Infinito, sino más bien al revés; que es precisamente esto último, el Infinito, lo que es permanentemente actual, pues está fuera de cualquier determinación o condicionamiento, empezado por lo espacio-temporal; que la magia-teúrgica de estos maestros nos acerca y nos hace próximo el Misterio, y «próximo» es como también se traduce Atsiluth, el plano más alto del Arbol Sefirótico; que la alquimia de sus palabras tocan en nosotros una fibra muy íntima, desconocida incluso para nosotros mismos; que esas palabras se dirigen a la esencia de nuestro ser, pero también a la substancia del alma individual, a la mente (el plano de Yetsirah en el Arbol de la Vida), que intuye de manera muchas veces imprecisa (y a través de las imágenes que ella misma crea en su contacto con las ideas sutiles y metafísicas, y que entiende hasta donde alcanzan sus «luces»), la existencia de las realidades superiores, a las que está unida por un hilo muy sutil, un cordón umbilical sin el cual ella misma, el alma individual, no existiría.
Como se dice en la p. 296 hablando de la obra de otro insigne cabalista, Hayyim Vital:
En todo caso está claro que si se realizan las transmutaciones en todos los planos y con los nombres divinos y su poder que los signa, el pasado, el presente y el futuro son abolidos y se vive todo en otro plano de la conciencia, y el alma individual con el alma universal se aúnan aunque la psiqué del cabalista tiene que manejarse con las imágenes almacenadas, su memoria, su conciencia, que las traduce de acuerdo a los programas absorbidos, que incluyen todo lo que le han enseñado y lo que han percibido sus sentidos. De allí que todas las tradiciones se hayan vivido como el centro del mundo, tal la tradición de los hijos de Israel. Por lo que la Cábala y su permanencia por siglos, el estudio y meditación sobre la Torah, los demás libros sagrados bíblicos, a la par que el Talmud, han creado un ambiente teúrgico donde se da la posibilidad de considerar estar viviendo con tres almas, las cuales se comunican permanentemente, ascienden y descienden en el Arbol de la Vida que describe las Numeraciones y Nombres Divinos, los que el cabalista enuncia con precisión, como es el caso de Luria y Vital, y constituyen la posibilidad del tikun, la redención.
Señalamos anteriormente que Abraham Abulafia es el insigne representante de la Cábala lingüística, así llamada porque su tema es la profundización en el significado cosmogónico y metafísico del alfabeto, como un cuerpo orgánico y simbólico que revela la estructura interna del cosmos, o sea del Alma Universal, reflejada en el alma individual, acompañando todo ello de diversos métodos centrados en la ciencia de la combinación de las letras (llamada Tseruf), que Abulafia desarrolló más que ningún otro cabalista, hasta el punto que sobre esa ciencia articuló toda su enseñanza, que también incluía la meditación en las diez sefiroth, donde en palabras del propio Abulafia, recogidas por Scholem (ver p. 141 de Presencia Viva…), se revelan las profundidades del «Intelecto Agente», es decir del rayo espiritual que comunica al hombre con el Ser Universal, y viceversa.
En este sentido, Federico destaca al comienzo de este acápite dedicado al cabalista de Zaragoza que no hay diferencia alguna entre la Cábala lingüística (o extática o profética como también se la llama) de Abulafia y la Cábala teosófica representada por el Zohar, centrada en la meditación y conocimiento de las distintas manifestaciones y atributos de la Deidad, meditación que alcanza a ella misma, es decir a la Sabiduría de Dios (Teosofía), cuyas operaciones creacionales se expresan a través de la Inteligencia (Binah), con la que el cabalista-teúrgo busca identificarse.
Esto significa que la Cábala, en efecto, es una; y además no debe olvidarse que ella quiere decir «Tradición», y más en concreto la Tradición esotérica, que no puede estar dividida so pena de desaparecer, sino que ha de existir entre sus distintas expresiones una interrelación armónica, a imagen del Cosmos, símbolo a su vez de la Unidad Arquetípica. Sucede que eruditos muy versados y conocedores en profundidad de estos temas (por ejemplo Moshe Idel, un «especialista» en Abulafia) pierden la perspectiva llevados seguramente por un espíritu de especialización y sistematización que no casa con la Ciencia Esotérica, que ellos al fin y al cabo estudian a través de sus representantes, en este caso Abulafia.
Nuestro autor escoge una cita del propio Abulafia para rebatir esa «diferencia tajante» entre éste y el Zohar, señalando previamente que con el tiempo las enseñanzas de Abulafia han pasado a ser la manera como se ha transmitido la Cábala hasta nuestros días, sin diferencias entre una y otra. Esta cita pertenece a uno de los pocos libros de Abulafia traducidos a una lengua occidental; nos referimos a La Epístola de las Siete Vías:
Esta sexta vía lleva al secreto de las setenta lenguas por el método de la gematría y de las combinaciones de letras que permite regresar las letras a su materia primera, por una evocación y una meditación sobre la vía de las diez sefiroth supraesenciales cuyo secreto es santo.
Como el mismo Abulafia indica en la Epístola, la meditación sobre las diez sefiroth son una preparación para adentrarse en la séptima y última vía, de la que dice que contiene a todas las demás, siendo
el lugar de lo Sagrado por excelencia. Quien penetra en ella percibe el Logos divino (…); este Logos es en efecto una sobreabundancia [emanación] del Nombre (bendito sea) que, pasando por el intermediario del Intelecto Agente, alcanza la facultad racional.
El Logos, es decir la Palabra (Dabar) creadora, fecunda la mente humana por intermedio del despertar del intelecto superior que en forma de «chispa» divina reside en el centro de nuestro ser. A la consecución de ese despertar, y la entrada en la vía de la Cábala (que comienza con la quinta de las siete que nombra en la Epístola),[536] están diseñados los métodos de Abulafia, basados como decíamos en la Ciencia de la Combinación de las Letras (Hokhmath ha-Tseruf), que es también el título de uno de sus muchos libros, entre los que destacamos: La Vida del Mundo Futuro; Misterios de la Torah; El Libro de la Vida Eterna; Palabras de Belleza; Libro del Signo; Tesoro del Edén Oculto; Libro del Testimonio; La Clave de los Nombres, y La Luz del Intelecto. El camino de las permutaciones o método combinatorio de la ciencia del Tseruf (gematría, notarikón y temurah) es definido por el propio Abulafia como el modo que más se acerca al verdadero conocimiento de Dios, es decir un método que «nos libera de la prisión de la esfera natural y nos conduce a los límites de la esfera divina.»
Dichos límites han de ser, a su vez, superados para en efecto penetrar en esa esfera, que en el Arbol Sefirótico equivaldría al mundo de Atsiluth, «el lugar sagrado por excelencia», donde solo existe el Nombre Divino, sin acepción de personas: «El Ser es el Ser».
A este respecto, y como se indica a continuación, Abulafia escribe
y publica tratados prácticos para facilitar la unión con lo Absoluto, a través de una metodología muy clara –pese a su forma de escribir un tanto alambicada– sobre los modos, que constituyen su método para tales propósitos.
Seguidamente, nuestro autor escoge varios fragmentos del propio Abulafia y otros autores (Scholem, Mopsik, Idel) acerca de los distintos modos que constituyen el método de su enseñanza (las técnicas de respiración combinadas con la pronunciación de las letras y nombres sagrados; el trabajo de permutación propio del Tseruf; la visualización del Nombre Divino y las diferentes combinaciones de sus letras y números, etc.), el cual fue aprendido a lo largo de sus viajes, donde va percibiendo en diferentes momentos de su existencia
diversas revelaciones, comenzando por su peregrinación a Palestina y el Cercano Oriente buscando el mítico río Sambation, al que pretendía cruzar pues ello era considerado la búsqueda de las diez tribus perdidas de Israel [en nota: Esta utopía podría ponerse en relación con la de Colón que creyó haber arribado al Paraíso Terrenal cuando llegó a América. En todo caso muestra una modalidad de pensamiento presente en la Edad Media que heredará el Renacimiento], y siguiendo con las estadías en países y ciudades europeas (Tudela, Grecia, Italia, Verona, Cataluña, Castilla, Francia, Sicilia, Comino).[537] De este modo se le fueron dando paulatinamente las ideas fundamentales que irán conformando sus trabajos, vinculados con una serie de métodos, análogos a los de otras tradiciones, desarrollados posteriormente, de manera oral y en sus escritos. Esta posibilidad de lo que Abulafia llamaba en su grado culminante la profecía –o sea el más alto grado de iniciación en otros sistemas metafísicos– y que pudiera ser equiparado con la deificación del adepto, es decir con ideas posiblemente mesiánicas, no ha gozado generalmente de la aprobación de las autoridades exotéricas. (142).
Todos los métodos de este maestro de la Cábala están encaminados a la consecución de la transmutación del alma humana; son en realidad una forma de la Alquimia espiritual expresada a través de la «ciencia de las letras», de la que derivan ciertamente las técnicas iniciáticas de Abraham Abulafia. Precisamente esa posibilidad de transmutación del alma a través del alfabeto sagrado está en el propio origen revelado de éste, es decir en el origen divino de las letras (y los números asociados a ellas) que lo componen; letras y números que, volvemos a repetir, son el símbolo de las esencias y las ideas arquetípicas; o sea, que son finalmente éstas las que introducidas en nuestra conciencia por el querer de nuestra voluntad desatan sus influjos en ella y la transmutación se opera.
Es por eso, igualmente, que la ciencia del Tseruf actúa en todos los mundos, sintetizados en los cuatro que conforman el Arbol de la Vida, cada uno de los cuales están también en el hombre, de ahí la posibilidad de que las virtudes secretas de esa ciencia actúen también en nosotros. Sin embargo, Abulafia, hombre muy riguroso intelectualmente sabedor de la alta misión que cumplía en este mundo, siempre apunta a la realización en el plano más alto, el intelectual-espiritual, constituyendo el trabajo en todos los demás una preparación necesaria para alcanzarlo. Leemos en p. 154 el siguiente fragmento de La Vida del Mundo Futuro:
El individuo está ligado a los nudos del mundo, del año y del alma (al espacio, al tiempo y a su persona), y a través de ellos se religa al mundo de la naturaleza, y si desanuda estos lazos que lo ligan, se unirá a Aquel que está por encima de ellos y que vela por su alma como El lo hace por todos los que invocan el nombre de YHVH, y que son los que le temen y meditan su Nombre, y que son llamados perushim (separados), poco numerosos, [y] que se separan [del mundo] para conocer a Dios, bendito sea, y que su Nombre sea bendito. Ellos parten a la conquista de sí mismos para no abandonarse a los placeres de este mundo, y que guardan bien de no dejarse arrastrar como un perro por su hembra; es por lo que, cuando se haya habituado a estar separado del mundo, reforzará su reclusión y sus relaciones (hityaatsut), y sabrá cómo unificar el Nombre.
Es decir, que todo esto es el fruto de una lucha que el alma humana emprende hacia la conquista de los estados superiores, y siempre, recordémoslo nuevamente, por atracción del Intelecto Superior. En esta lucha de grandes magnitudes, afirma nuestro autor,
Abulafia pone en juego todas las prácticas que hemos visto hasta ahora, aplicándolas con estrategia, combinándolas según un arte marcial muy sutil, el cual tiende constantemente a la concentración interior, y a promover el conocimiento de la naturaleza íntima que anima el universo entero, tal como versa este fragmento del Séfer sitrê Tora:
«Es una cosa bien clara y conocida de todos los sabios versados en la Toráh –los cabalistas–, y que tampoco es ignorada por los verdaderos filósofos, que al hombre le ha sido dada una entera libertad, sin ningún factor de necesidad o violación (de esta libertad); pero existe en el hombre una fuerza humana conocida con el nombre de ‘fuerza del despertar del sí mismo’ y es la que despierta a su corazón a actuar o no. Según esto el hombre halla en su corazón la fuerza que arbitra y decide, entre estas dos fuerzas contrarias, cuál de las dos lo conducirá y pondrá en movimiento los miembros que cumplirán las buenas o malas acciones. Es este principio el que explica que el hombre está siempre en lucha, y que se bata con los pensamientos que habitan en su corazón, y son estas dos primeras fuerzas opuestas las que inician todo el encadenamiento de sus numerosos pensamientos, como dice el Sefer Yetsirah «El corazón del alma es como un rey en guerra…» (p. 151).
Dice a este respecto Federico que en esta vertiente guerrera:
el cabalista nos aporta nuevas experiencias y soportes para librar el combate,[538] el cual tiene unas etapas en las que se irán revelando y reconociendo las facetas del alma, y al poner a concurso sus cualidades, se las podrá trascender, pues no se trata de reprimirlas sino de transmutarlas, conquistando así la realidad superior que es su origen y destino. Para todo ello la visualización es otra táctica muy importante, no en el sentido de inventar o generar constantemente imágenes, sino en el de fijar la atención interna en símbolos tan universales como por ejemplo el de la rueda-esfera, o el de la escala o el del eje del mundo, de por sí contenedores de poderosas fuerzas transmutatorias.[539]
A continuación cita las siguientes palabras de Misterios de la Torah:
Sabe que la esfera del intelecto –cuando es mudada por el Intelecto activo y cuando el hombre se encuentra asido en su interior– progresa sobre esa rueda que gira sobre sí misma hacia atrás como sobre una escalera. Y en el momento de una verdadera ascensión, él ve sus pensamientos volver sobre ellos mismos, sus ojos no ven más que lo que veían anteriormente, y no queda entre sus manos nada de lo que creía haber adquirido salvo la certeza de un cambio profundo de su naturaleza y de un nuevo nacimiento: como aquel que se libera de la influencia del sentimiento para someterse a la del intelecto, o como aquel que separándose del elemento tierra pasa a la influencia de un fuego que arde. En conclusión, todo lo que veía se transforma bajo sus ojos, sus pensamientos se confunden, sus sueños resultan perturbados; y ello, en verdad, debido a que esta rueda purifica y examina [al hombre que la recorre].
Todo el tiempo que contemplé esta escalera que es el Nombre del Santo, bendito sea, vi mi alma asida a En Sof con el maestro de la unión.
En el Nombre, mi intelecto ha encontrado una escalera [susceptible] de elevarme hasta el escalón de la visión.
Se trata, pues, afirma nuestro autor una vez más, «de ver con el ojo del corazón [o sea con el Intelecto] las letras, los nombres divinos, sus combinaciones, y dejar que su poder opere»:
Visualiza por el pensamiento el Nombre del Santo, bendito sea, así como sus ángeles superiores, y visualízalos en tu corazón, como si fueran seres humanos, de pie o sentados a tu lado, y tú en medio de ellos como un delegado que el rey y sus servidores quieren enviar en misión.
Y nuevamente estos otros fragmentos de La Vida del Mundo Futuro que dejan traslucir el permanente estado de concentración de su pensamiento y la fuerza (o «viveza» como subraya nuestro autor) de su discurso:
Y aquel que emprende la vía del método combinatorio, que es entre todas las vías la más próxima al conocimiento verdadero de Dios, será examinado sobre el campo, y su corazón se hallará purificado por una gran llama, que es el fuego del deseo; y si posee en sí la fuerza de soportar la vía de la moral que es próxima al deseo, y si su intelección es más fuerte que su imaginación, y si él gobierna y la dirige como el caballero gobierna y dirige cabalgando a su caballo golpeándolo con sus botas para que avance según su deseo, rienda en mano para pararlo allí donde quiera su espíritu, y si su imaginación sólo percibe aquello que el conocimiento [da’at] recibe… Un hombre así dotado de una fuerza tal, es un hombre [gever, gibbor: hombre, héroe, que tienen las mismas consonantes] verdadero.
Este «hombre verdadero» de que habla Abulafia evoca inmediatamente el ideal del «justo» dentro del judaísmo, y al que ya hemos mencionado en diversas oportunidades. Las siguientes palabras de nuestro autor (que encontramos en el acápite sobre el Zohar que viene a continuación y que nos servirán de introducción al mismo), hablando precisamente del «justo», inevitablemente nos recuerdan la figura eminente de Abraham Abulafia, un hombre comprometido ante todo con la Verdad, a la que sirvió toda su vida (llena de aventuras y viajes) con una total independencia intelectual, la misma que le impulsaría a buscar nuevas vías o formas de expresar la Tradición, como lo hicieron casi todos los cabalistas de ese siglo XIII que forjaron el período más brillante de la Cábala.
Entre el pueblo judío, el justo es el símbolo del que decide emprender el camino de regreso a su morada verdadera, supracósmica. El dolor que constantemente lo acompaña es una forma de sacrificio, la imagen de quien anda solo contra viento y marea hacia la conquista de la libertad total [en nota: Se dice de Noé en el Zohar: «El descubrió la sabiduría (en el Libro de Adán y en el Libro de Enoch) que enseña sobre qué reposa el mundo, y comprendió que es gracias al sacrificio que aquél se sostiene, y que sin él ni los seres de arriba ni los seres de abajo subsistirían»]. Solo, porque nadie puede hacer el camino por uno; solo, porque no hay otro, de ahí que cualquier esperanza o expectativa sea mera evanescencia. Y para realizar tan sublime cometido es menester desprenderse de los apegos y condicionamientos materiales y psíquicos (tarea costosa pues los egos se crecen por poco alimento que se les suministre), e ir incluso más allá. Las bellezas que se otean o reconocen tras la purificación de los aspectos más densos del alma y los esplendores de las ideas o las intuiciones de la majestad de todo lo que es, deben ser de igual modo abandonados. El desarraigo de lo manifestado o creado es total, muy descarnado si se quiere, mas sólo así se podrá nacer a la concepción de lo no determinado por nada. Y todo ello exento de una mentalidad mercantil, que siempre ofrece con miras a obtener un beneficio a cambio, y que se reserva un resto para sí por si acaso. Y a dijimos que el mayor tesoro es ser lo que se conoce, pero si se anhela ir más allá del Conocimiento, hay que librarse incluso del erario más preciado y abrirse sin reservas al Misterio insondable. La Cábala sabe, al igual que toda auténtica tradición, que el equipaje que se le ha dado al ser humano para realizar este viaje olímpico es el alma. En este sentido el Zohar es también muy didáctico y describe, con la claridad propia del que reconoce el entramado del Ser Universal, el origen y procedencia del ánima, su naturaleza, el itinerario circular de su viaje y las siempre paradójicas experiencias para provocar rupturas de nivel que posibiliten su ascenso por las gradas de la conciencia.
Precisamente acerca de la imprescindible «ruptura de nivel» encontramos en la p. 200 las siguientes palabras que se refieren al efecto benéfico que ejercen los textos del Zohar (extrapolable a otros textos cabalísticos y de cualquier tradición auténtica) sobre aquel que los estudia con la intención recta de su corazón:
Además, estos textos en sí, convenientemente asimilados al igual que decíamos de las substancias alucinógenas, pueden provocar rupturas de nivel en el alma del adepto; rompen el discurso acartonado de la mente y posibilitan el acceso a otros ámbitos, a veces imprecisos, incalificables, pero que con la luz de la Inteligencia se van esclareciendo y tornando límpidos, y en todo caso nunca son conquistados por los méritos sino por la gracia celeste a la que uno se abre.
[532] Como veremos más adelante la Cábala lingüística, ligada con la metafísica del lenguaje, será desarrollada particularmente por Abraham Abulafia.
[533] En El Simbolismo de la Rueda (cap. IX), y hablando precisamente del destino, se dice que: «éste es la efectivización de nuestro ser».
[534] Iluminaciones.
[535] Diremos que esta simbólica es desarrollada en el Zohar cuando éste habla de la «familia divina», donde, dicho de manera muy resumida, las dos primeras letras se corresponden con el Padre y la Madre, la V con el Hijo y la segunda H con la Hija.
[536] Dice Abulafia: «La quinta vía es la única que conduce a las enseñanzas cabalísticas contenidas en la Torá. Las cuatro vías mencionadas antes de ésta, están abiertas a todas las naciones, el pueblo no teniendo acceso más que a las tres primeras, y los eruditos tienen acceso a través de la cuarta. Es ciertamente con este quinto estadio que comienza la ciencia cabalística propiamente dicha. (…) Esta quinta vía no es sino el comienzo de la ciencia general de la combinación de las letras, y tan sólo son dignos los que temen al Cielo y reverencian el Nombre de Dios».
[537] En esta pequeña isla situada en Malta fue posiblemente donde Abulafia dejó este mundo. Como vemos, se trataba de un gran viajero, al igual que otros judíos, tal el caso de Benjamín de Tudela, que escribió un «Libro de Viajes» que es un testimonio de la vida de los judíos medievales repartidos por toda Europa. Según se dice en la p. 75 de Presencia Viva…, en uno de esos viajes Benjamín de Tudela conoce la escuela talmúdica de Provenza dirigida en ese momento por el padre de Isaac el Ciego, Abraham ben David.
[538] Es decir para iniciar la «gran guerra santa» que se desata en nuestro interior.
[539] No podemos evitar al leer estas palabras reconocer que la visualización en estos dos símbolos universales y herméticos ha sido enseñada por nuestro autor en sus clases y su obra escrita, especialmente en Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha.
ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.