Fig. 66. Escudo del Ducado de Frías, y del I Duque de esta Casa nobiliaria, Bernardino Fernández de Velasco y Mendoza.
Como decimos, los Fernández de Velasco eran los Condestables de Castilla (especie de primeros ministros) desde hacía varias generaciones, y constituyeron el tronco principal del Ducado de Frías desde su creación por los Reyes Católicos al otorgarle éstos ese título aristocrático a don Bernardino Fernández de Velasco y Mendoza en marzo de 1492, pasando a ser el I Duque de Frías. Con ello se establecería una dinastía, el Ducado de Frías, que a lo largo de sus casi cinco siglos de existencia iba a estar siempre unida a la Corona y a los avatares de la Historia de España, además de ser una de las más importantes junto a la de la Casa de Alba, de Medinaceli, de Feria, y de Medina Sidonia. Podemos apreciar que el escudo (fig. 66) combina perfectamente los elementos de la Casa de Velasco originaria y la nueva condición de sus titulares como Duques al servicio de la Corona de Castilla y de España. El nombre de Frías dado al Ducado procede del pueblo del mismo nombre situado en el norte de Burgos.
Se da la circunstancia de que este I Duque de Frías casó con la noble catalana Juana de Aragón y Roig, o Ruíz, de Ivorra, hija ilegítima de Fernando el Católico y de la leridana Doña Aldonza Roig de Ivorra. Ese vínculo familiar con la realeza es un hecho relevante que reforzaría el prestigio de la Casa de Frías, y lo que es incluso más importante: introduciría en la memoria de su linaje ese vínculo con los reyes de España.
El cambio de sobrenombre por parte de Martín IV Alfonso se refleja en el escudo heráldico de la Casa de Montemayor y Alcaudete, tal y como podemos apreciar en la fig. 67, donde a las tres fajas de gules, características de los Fernández de Córdoba, se incorporan, en campo cuartelado, “quince puntos de ajedrez de oro y de veros”[66] pertenecientes a la Casa de Velasco (fig. 68), desapareciendo la bordura de plata que representaba a Montemayor.
Fig. 67. Escudo de Martín IV Alfonso de Córdoba y Velasco.
Fig. 68. Escudo de la Casa de Velasco.
Los señores de Montemayor y de Alcaudete se integran así en la Casa de Velasco, hecho que como decimos queda fijado en el escudo de Martín IV Alfonso. También queremos destacar el escudo de Montemayor (fig. 69) y el de Alcaudete (fig. 70), así como el lema idéntico que aparece en la bordura de ambos, lema que, al decir de José María Ruíz Povedano en su libro ya mencionado Los Fernández de Córdoba y el Estado Señorial de Montemayor y Alcaudete, es
probablemente la mejor expresión del pensamiento de Martín IV Alfonso: Tu in ea et ego pro ea, que quiere decir según el panegirista del conde “Vos, Señor, vencisteis en ella y yo venceré a los enemigos de vuestra santa fe por ella”.
Fig. 69. Escudo de Montemayor. En la bordura: “Tu in ea et ego pro ea”. (‘Tú en ella y yo por ella’).
Fig. 70. Escudo de Alcaudete con la misma leyenda.
Fig. 71. Martín IV Alfonso de Córdoba y Velasco.
Por consiguiente, con el título de Conde otorgado a Martín IV Alfonso (fig. 71) por el emperador Carlos V el linaje de los Fernández de Córdoba entra a formar parte integrante de la aristocracia española de alto rango. En efecto, los buenos servicios de Martín IV Alfonso en la defensa de los intereses de la Corona en distintos lugares de la geografía española son recompensados por el emperador Carlos V con la dignidad y título de Conde de Alcaudete, que heredarán sus descendientes. Estamos en el año de 1529 y Martín IV Alfonso es desde hace tiempo un estrecho colaborador del Monarca, quien lo tiene por uno de sus principales hombres de confianza, y en consecuencia como a alguien a quien se le puede encomendar las más delicadas cuestiones de Estado, como fue el caso de la defensa de las plazas argelinas de Orán, Tremecén y Mezalquívir, o anteriormente en su papel de gobernador militar y virrey de Navarra, reino este que en 1512 se incorpora definitivamente a la Corona española. En Navarra Martín IV Alfonso tuvo que afrontar litigios territoriales y dinásticos con el rey de Francia, Francisco I, el gran rival de Carlos V.
Ciertamente el Señorío de Montemayor y Alcaudete da otro salto cualitativo con Martín IV Alfonso de Córdoba y Velasco (m. 1558). Son dos poderosas familias de la nobleza española las que se unen en él. Las dos tuvieron una misma vocación que les sirvió para aglutinar a sus respectivos linajes: la vocación militar al servicio de la Corona unida a la defensa de la Cristiandad, defensa que continuaría más allá de las fronteras peninsulares cuando, una vez se logró la victoria sobre los musulmanes en España, tocó hacer frente al embate del Imperio otomano a lo largo de todo el siglo XVI.
Al hilo de esto, y como parte integrante del tema de este capítulo, hemos de decir que Carlos V tuvo también en muy buena consideración a distintos titulares de la Casa de Velasco. Entre ellos los dos Duques de Frías que conoció en vida: Iñigo Fernández de Velasco, II Duque de Frías, y su hijo Pedro Fernández de Velasco y Tovar. A ambos concedió la máxima condecoración de la Monarquía española: el Toisón de Oro, heredado por todos sus descendientes. Iñigo Fernández fue además Copero Mayor y Jefe de Cámara de Carlos V, puestos que solo se concedía a quien era de la máxima confianza del rey, lo que nos demuestra que entre ambos existió un “juramento de fidelidad” en el que probablemente contó también ese vínculo familiar al que nos referíamos anteriormente.[67] Tal vez todo esto explicaría por qué el nombre de Frías aparece, junto al de otras Casas europeas, en el cuadro titulado “El Triunfo del Emperador Carlos V”, de Hans Guldenmund, pintado en 1537 (figs. 72-73).
Fig. 72. El Triunfo del Emperador de Carlos V, de Hans Guldenmund, 1537.
Fig. 73. Fragmento de El Triunfo del Emperador de Carlos V donde
podemos apreciar
el nombre de Frías junto a la vela de popa y las dos columnas.
Pero es importante destacar una cosa: que la mentalidad de estos hombres ya no es medieval sino renacentista. A esto contribuyó la victoria final sobre el reino nazarí de Granada, que liberó a España de una lucha secular permitiéndole salir de su ensimismamiento e incorporarse a la Historia Universal. Además, con Carlos V, nieto de los Reyes Católicos, la Monarquía hispana se convierte en heredera del Sacro Imperio Romano-Germánico, ligándola indisolublemente a los destinos de Europa, y haciendo también de puente con la América recién descubierta.
Precisamente, y como dijo el que fue en realidad el último Duque de Frías, José María Fernández de Velasco y Sforza (1920-1986), en su introducción al tercer volumen sobre el Inventario del Archivo de los Duques de Frías dedicado precisamente al Señorío de Montemayor, al Condado de Alcaudete y otras Casas pertenecientes al mismo Ducado, como la de Oropesa y Fuensalida, dichas Casas, precisa,
son Renacentistas en su documentación, que nos enseña los caminos que condujeron desde los Reinos de la Reconquista a la eclosión Imperial y a la lucha de su permanencia como primera potencia.
Y añade a continuación lo siguiente:
Con el estudio de estos papeles [se refiere al Archivo del Ducado de Frías] fácilmente nos daremos cuenta que España no ha sido una genial improvisación, sino el trabajo callado y consciente de generaciones enteras, siempre prestas al sacrificio, y que en su parquedad y su mesura (…), dejaron un recuerdo que hace perennemente actual su nombre.
Estas últimas palabras hacen alusión a lo que en términos generales fue la función de la nobleza caballeresca en la España medieval y renacentista. Una nobleza no sólo guerrera sino también ilustrada, una tendencia que se acentúa en España y toda Europa cuando irrumpen las ideas del Renacimiento a partir de mediados del siglo XV, ideas que aunque parezca paradójico estaban sustentadas en un retorno a la cultura clásica greco-romana. Siempre se ha dicho que no hay nada más original ni novedoso que volver al origen.
Un ejemplo de esa nobleza ilustrada la tenemos precisamente en los Fernández de Córdoba, y desde luego en los Duques de Frías, como el anteriormente nombrado Pedro Fernández de Velasco, que escribió una obra titulada “Origen de la Ilustrísima Casa de Velasco”, lo cual nos da pie para recordar de nuevo lo que dijimos al principio acerca de la importancia que tuvo siempre el linaje como una manera de perpetuar la memoria de los antepasados.
Fig. 74. Escudo de Pedro Fernández de Velasco y Tovar, III Duque de Frías.
A este III Duque de Frías, cuyo escudo mostramos (fig. 74), no hay que confundirlo con un antepasado suyo del mismo nombre, Pedro Fernández de Velasco (el llamado “buen Conde de Haro”), nacido aproximadamente un siglo antes que él (fig. 75). Este Condestable de Castilla poseía también una excelente biblioteca y escribió una obra titulada Seguro de Tordesillas, donde se trata asimismo de la genealogía mítica e histórica de los Velasco.[68]
Fig. 75. Pedro Fernández de Velasco, el “buen Conde de
Haro”.
Condestable de Castilla (1395-1470).
Ese interés por la historia y antigüedad de sus antepasados era especialmente notorio en la Casa de Velasco, y por tanto en los Duques de Frías, que según el III de ellos, don Pedro Fernández de Velasco, remontaban sus orígenes genealógicos más allá de los godos e incluso de los romanos, queriendo subrayar así la profunda raigambre hispana de su Casa familiar. Antes hemos mencionado el pueblo de Frías situado en el norte de Burgos, es decir en esa zona de Castilla que perteneció a la antigua Bardulia, de cuyos habitantes, los bárdulos o várdulos, decían descender precisamente los Velasco. Sin embargo, el primitivo solar de los várdulos estuvo en Guipúzcoa y Álava, y fue debido a la expansión que hacia el oeste emprendieron los vascones que vivían en la zona de Navarra (siglos VI-VIII d.C.) lo que motivaría que los várdulos tuvieran que desplazarse hacia Cantabria y Burgos. En la Bardulia castellana encontramos entre otras las villas de Frías, Reinosa, Villarcayo, San Esteban de Gormaz, Cardeña, El Burgo de Osma, Ubierna, Castrogeriz, Lezana de Mena (figs. 76-77).
Fig. 76. En la antigua Bardulia (Burgos). Torre medieval de los Velasco en Lezana de Mena.
Fig. 77. En la antigua Bardulia. Villa de Frías donde se distingue la esbelta verticalidad del castillo medieval, construido sobre la roca viva.
Este pueblo conformaba una sola nación al decir del historiador hispano-romano Pomponio Mela, lo cual no era muy común entre las tribus celtas, celtíberas o vasconas del norte peninsular. Esto nos indica que existía entre los várdulos un sentido de unidad y de integración étnica y cultural que siglos más tarde será el que impulsará la unidad de los distintos reinos peninsulares, comandados por Castilla. El germen de la unidad territorial de España estaba ya en ese antiguo pueblo, originario de los valles donde posteriormente se asentaron los vascuences venidos de Navarra. Se habla incluso de una cohorte romana que se distinguió por su fidelidad y confianza constituida totalmente por várdulos (la Cohors I Fida Vardulorum Miliaria Equitata Civium Romanorum) que protegió el Muro de Adriano situado en la frontera de Inglaterra con Escocia. E incluso Plutarco en sus Vidas Paralelas ya habla de la guardia personal del general Cayo Mario constituida por várdulos. También Estrabón en su Geografía los menciona, al igual que Plinio el Viejo en Historia Natural.
Dicho esto, es claro que este linaje legendario, pero real, para nada se opone al propiamente histórico (que comienza según las crónicas con los jueces de Castilla Nuño Rasura y Laín Calvo, allá por el siglo X, de quienes descendería el Cid Campeador, Fernán González y los siete Infantes de Lara, entre muchos otros), sino que, como ya dijimos, lo enmarca y sitúa dentro de una genealogía no circunscrita sólo a un período de la historia de España, sino incluso de las épocas anteriores al Cristianismo, a los Godos y a Roma. Pero estar emparentado con esos antecedentes históricamente tan destacados (contando dentro de ellos a los nacidos de los enlaces que establecieron el linaje de los Velasco y los Duques de Frías con personas vinculadas a las diferentes Casa Reales) necesariamente sirve para cohesionar y fijar ese linaje en el tiempo.
La construcción de un linaje de estas características parte siempre de unas ideas-fuerza sustentadas en una tradición cultural, en este caso la tradición cultural de Occidente, y que junto a un código ético de conducta y de leyes no escritas pero sutilmente incorporadas en la memoria colectiva de los distintas ramas familiares serán la guía que irá articulando y modulando su acción en el mundo, en donde el patrimonio no solo consistirá en los bienes materiales, ciertamente importantes por cuanto que contribuyen al mantenimiento y ascenso social del linaje, sino que él también es un estado del espíritu, ligado con lo que realmente significaba para ellos la Antigüedad, el “ser antiguos”: una cercanía permanente con los ancestros y por tanto con los orígenes míticos e históricos.
La importancia dada a los ancestros fue casi una obsesión entre los Fernández de Velasco y los Duques de Frías. En realidad esto revelaba en ellos una fuerte ligazón con la Tradición no sólo familiar y puramente genealógica, sino con la Tradición secular de Castilla, y posteriormente de España.
Ese linaje tiene pues una estructura, un orden orgánico, pues no está desvinculado del acontecer de la vida, sino que esta es una oportunidad para que las virtudes de dicho linaje se manifiesten y contribuyan al bien común, pues con él no sólo se adquieren derechos, sino sobre todo deberes.
En este sentido, lo que ha distinguido a los Fernández de Velasco y posteriormente a los Duques de Frías es la íntima solidaridad entre toda su línea genealógica gracias a ese vínculo con los ancestros fundadores, un vínculo que nos atreveríamos a decir casi “sagrado”. Es el que ha permitido su duración en el tiempo, pues se ha substanciado en una voluntad de servicio, de “tener obligación”, como señala precisamente Pedro Fernández de Velasco, el III Duque de Frías, en su “Origen de la Ilustrísima…”
Porque todos los hombres de algún estado tienen más obligación que otros a saber qué tales fueron sus pasados y el origen dellos para saber de qué linage desçienden y para seguir y ymitar aquellos donde vienen en las virtudes que tubieron y para apartarse de los viçios y tachas que tanbien tuvieron.
Entre esas virtudes está desde luego el valor y la fidelidad, y también la misericordia, la caridad, que se evidenció para con los cristianos cautivos por los musulmanes del norte de África. A iniciativa de los Duques de Frías se creó un “Arca de Misericordia” o “Arca de Cautivos” para atender a esos cristianos y en muchos casos entregar dinero para su liberación.
[66] Los “veros” en el escudo de la Casa de Velasco y los Duques de Frías seguramente hacen referencia a las almenas de un castillo.
[67] Dicho vínculo se estrecharía con el matrimonio de Pedro Fernández de Velasco con su prima hermana Juliana Ángela de Velasco y Aragón, hija precisamente del I Duque de Frías y de la hija ilegítima de Fernando el Católico. Pero ese matrimonio no tendría descendencia, pasando el Ducado de Frías al sobrino de Pedro Fernández de Velasco, Don Iñigo de Tovar y Velasco, IV Duque de Frías.
[68] Cabe subrayar el hecho de que este “buen conde de Haro” fue bisnieto del rey Enrique II por parte de madre, Leonor de Castilla, hija ilegítima del duque Don Fadrique de Castilla y de Doña Leonor Sánchez de Castilla, nieta de Enrique II. Este hecho unía por vínculo de sangre a la Casa de Velasco con la dinastía de los Trastámara, y por tanto con la reina Isabel I de Castilla.
DL: CO 2050-2016. Diputación de Córdoba. Montemayor 2016.