FRANCISCO ARIZA

LA TRADICIÓN MASÓNICA
Historia - Simbolismo - Documentos Fundadores

Mandil con el Pelícano, la cruz, la corona de espinas, el cálíz, el ouroboros y el compás coronado

I PARTE

HISTORIA Y SIMBOLISMO

 

Capítulo I

LA MASONERIA
TRADICION VIVA DE OCCIDENTE

 

Este título nace de una certeza: que la Masonería no es una reliquia del pasado trasnochada y ajena a la realidad del hombre y la mujer de hoy día, sino que se trata de una tradición que está viva y que conserva en sus ideas toda la potencia intelectual capaz de dar respuesta a las preguntas esenciales que, hoy como ayer, continúan haciéndose quienes se interrogan acerca de sí mismos y desean emprender un camino a la búsqueda de su verdadera identidad. "¡Conócete a ti mismo!" exclama la antigua sentencia socrática, y que la Masonería hace suya como uno de los lemas que mejor define su principal objetivo y razón misma de ser.

Está claro que son esas ideas, vehiculadas por los códigos simbólicos, las que dan verdadera "fuerza y vigor" a la Masonería. Además, y como iremos viendo, dichas ideas han tenido también un papel activo en la historia de Occidente, especialmente a partir del momento en que ésta empieza a conformarse durante los primeros siglos de nuestra era, a lo que contribuye decisivamente toda la herencia cultural de la Antigüedad Clásica. En este sentido debemos recordar que desde sus orígenes la Masonería pertenece a un ámbito mucho más amplio: el de la Tradición Hermética, que está a su vez comprendida dentro de la Tradición Unánime, también llamada Filosofía Perenne, términos que expresan muy bien la idea de un Saber presente ininterrumpidamente en todos los pueblos y civilizaciones a lo largo de la historia.

Podemos entonces decir que dichas civilizaciones han existido gracias a ese Saber y a los conocimientos que de él derivan y que han conformado la idea misma de cultura, como podemos apreciar estudiando, y sobre todo comprendiendo, la concepción del mundo (esto es la cosmogonía y la metafísica) que ellas nos han dejado a través de la sacralidad de sus códigos simbólicos, sus ritos y mitos fundacionales.

La Masonería tiene también sus símbolos, sus ritos y sus mitos, todos los cuales configuran en efecto una concepción del mundo y del hombre basada fundamentalmente en el Arte Constructivo, imbricado con las restantes disciplinas que conforman la médula del Hermetismo: la Alquimia, la Teúrgia, la Magia Natural y la Astrología-Astronomía, también llamada Ciencia de los Ciclos y de los Ritmos, sin olvidarnos de las distintas corrientes de pensamiento que procedentes de las Religiones de Misterios, del Pitagorismo, del Neoplatonismo, de la Gnosis judía y cristiana y la herencia de la antigua sabiduría Egipcia, fueron fijadas, bajo la advocación del dios Hermes, en la Alejandría de los primeros siglos de nuestra era, y de la que surgirían las ideas-fuerza que han hecho posible el desarrollo de la cultura occidental en su más amplia expresión, y que lejos de apagarse con la llegada de las ciencias materialistas que han generado al mundo moderno, continúan estando vigentes a través de diferentes instituciones, grupos y personas, vinculadas de una u otra manera con la Tradición de Hermes.[1]

Qué duda cabe que la Masonería constituye hoy en día una de esas instituciones, y aunque nacida bajo su forma actual en el siglo XVIII porta sin embargo en su seno la profunda huella dejada por las antiguas tradiciones de constructores, como lo testimonian muchos de sus símbolos, entre los que destacan los geométricos y los relacionados específicamente con la construcción, como el compás, la escuadra, el nivel, la plomada, etc. Existe también todo un código ritual que se vincula con esa simbólica, y desde luego los nombres de sus tres grados (aprendiz, compañero y maestro) revelan indudablemente un origen artesanal y de oficio. Además, el propio trabajo iniciático conserva en la Masonería un carácter colectivo y grupal, lo que está expresado perfectamente en la llamada "cadena de unión".

No es poca cosa esa herencia, teniendo en cuenta además que esas mismas corporaciones de constructores eran también herederas, por distintas vías, de las que se conocieron a todo lo largo y ancho de la cuenca mediterránea, y muy especialmente de aquellas que existieron en Egipto y el Cercano Oriente.[2]

Como sabemos la gran civilización egipcia fue en su último período contemporánea de la civilización greco-latina, y es sobradamente conocido lo mucho que ésta debe a Egipto, cuyo saber milenario se dejó sentir en los más importantes filósofos griegos, especialmente en Pitágoras y Platón, de los que precisamente surgirían la mayor parte de las ideas que contribuyeron a conformar la concepción del mundo propia de la cultura occidental. Recordemos que Pitágoras, heredero al igual que Platón de la tradición órfica de raigambre puramente griega, fue asimismo iniciado por los sacerdotes egipcios, con los que pasó numerosos años participando plenamente de las enseñanzas emanadas de Thot-Hermes (o sea de la Sabiduría), pues como se sabe aquellos sacerdotes eran los que conservaban y transmitían la Ciencia Sagrada revelada por esa Deidad, siendo precisamente la arquitectura una de sus expresiones más importantes y significativas, como podemos ver en el caso de las pirámides y otros monumentos que continúan desafiando el paso del tiempo.

 

Mosaico en el pavimento de la catedral de Siena.

Hermes Trismegisto, detalle.
Pavimento de la catedral de Siena

 

Precisamente las ideas de que se valieron los constructores de la Antigüedad Clásica están en gran parte ligadas a las enseñanzas de los pitagóricos, es decir a las Ciencias del Número y la Geometría, como ocurre por ejemplo con los Collegia fabrorum romanos, quienes pervivirían como tales hasta los albores de la Edad Media, sobre todo en Bizancio y el norte de Italia, momento en que se cristianizan, inaugurando así un nuevo ciclo pero conservando y difundiendo a través del Arte Constructivo lo esencial de su herencia secular. A este respecto, no estará de más referirnos a una leyenda medieval difundida entre las cofradías de constructores de habla inglesa, según la cual un tal Peter Gower, originario de Grecia, trajo a los países anglosajones determinados conocimientos relativos al Arte de la construcción. Algunos autores, entre ellos René Guénon, afirman que este personaje, Peter Gower, no era sino el mismo Pitágoras, o mejor dicho, las ciencias del Número y la Geometría que a través de las cofradías de constructores se introdujeron en las islas británicas al mismo tiempo que en todo el continente, especialmente en Francia y los países germánicos. Precisamente en Gran Bretaña esas cofradías asimilan también la cosmogonía de las tradiciones de los constructores locales de origen celta y pertenecientes a un linaje que se remontaba a aquellas culturas del Neolítico (herederas más o menos directas de la civilización atlante) que levantaron por ejemplo Stonehenge y otras edificaciones prehistóricas, algunos de cuyos restos (entre muchos otros el del propio Stonehenge, o el “templo estelar” de Glastonbury)[3] revelan un alto conocimiento de la astronomía y las leyes que rigen el Cosmos en su realidad sutil y física.

 

Pitágoras representado como manejando o afinando un instrumento musical.

Escultura de Pitágoras en la catedral de Chartres

 

Y puesto que hablamos de Pitágoras y Platón, hemos de tener en cuenta que en las antiguas civilizaciones muchas veces los nombres de las personas, ya históricas o legendarias, designan más que a esos personajes mismos a los conocimientos que ellos vehicularon y que con frecuencia se transmitieron por el conducto de las escuelas o cofradías que fundaron. Es lo que en cierto modo ocurre también con el pitagórico Euclides, uno de los jefes de la Escuela Matemática de Alejandría allá por el siglo III a.C., y que es mencionado en los "Antiguos Deberes" (Old Charges) como el "padre" de la Geometría, recalcándose que ésta no designa sino a la propia Masonería.[4] Y ya que mencionamos a los Old Charges hemos de decir que éstos constituyen una serie de manuscritos originarios de la Masonería inglesa y escocesa, los primeros de los cuales aparecen hacia el fin de la Edad Media (el Regius y el Cooke concretamente) y los últimos hacia el siglo XVIII (el Graham y el Dumfries), período de unos trescientos años durante gran parte del cual tiene lugar el cambio de la Masonería del oficio en la Masonería especulativa. Esos manuscritos contienen sobre todo una historia legendaria de la fraternidad masónica, desde los orígenes míticos y antediluvianos hasta los propiamente históricos pasando por la construcción del Templo de Salomón.[5] En ellos aparece por tanto una verdadera genealogía espiritual donde los personajes humanos (la “cadena de unión” horizontal) están en permanente comunicación con los dioses y los poderes divinos (la “cadena de unión” vertical), lo que caracteriza por otro lado a toda cultura y civilización tradicional.

En este sentido debemos decir que la historia es también una simbólica, un código de signos y hechos significativos a través de los cuales nuestros antepasados, de cualquier época y civilización, pudieron tener conocimiento de las realidades superiores. Cuando se toma así, la historia revela también la cosmogonía y se convierte en un soporte para acceder a lo suprahistórico y metafísico. Como decía un masón anónimo de hace un par de siglos, autor de Los verdaderos hijos de la luz:

Nosotros no vivimos en el tiempo histórico, profano, sino en el tiempo sagrado.

O como decía también el sabio taoísta Chuang-Tsu, citado por René Guénon en el prefacio de El Simbolismo de la Cruz:

La misma verdad histórica sólo es sólida cuando deriva del Principio.

Pero cuando ese Principio, que es el Gran Arquitecto del Universo, se ignora o se lo considera como una entelequia sin relación alguna con la vida y el destino del ser humano y las civilizaciones, entonces la propia historia, y en definitiva todas las cosas, se convierte en un mosaico de fragmentos dispersos y desordenados faltos de la auténtica unidad que proporciona el conocimiento metafísico y simbólico.

Volviendo de nuevo a los constructores medievales, hemos de decir que lo que éstos hicieron fue "adaptar" las formas de una tradición de origen milenario a otra de reciente cuño: el cristianismo, lo que no fue muy difícil debido a que el propio cristianismo había "absorbido" ya muchas cosas de las civilizaciones y corrientes esotéricas anteriormente nombradas, sobre todo a través de los primeros Padres de la Iglesia, algunos de los cuales, como Dionisio Areopagita, Orígenes, Clemente de Alejandría y San Agustín, lograron la síntesis entre la espiritualidad cristiana y la tradición de Hermes, Pitágoras y Platón, síntesis de la que surgirían las ideas de que se valdrán más tarde los arquitectos medievales, plasmándolas primeramente en el románico (llamado así porque estaba inspirado directamente de los Collegia fabrorum romanos), y posteriormente en el gótico. En este contexto no deberíamos olvidarnos de Boecio, uno de los últimos representantes de la Academia Platónica de Atenas allá por los siglos V y VI, y a la que habían pertenecido los más ilustres neoplatónicos (Proclo a la cabeza) de los primeros siglos de nuestra era. La contribución más importante de Boecio, autor de La Consolación de la Filosofía, fueron sus estudios sobre astronomía, geometría, aritmética y música, es decir las ciencias y artes del Número, la Medida, la Armonía y el Ritmo, esenciales en la arquitectura y el simbolismo constructivo. Todo esto fue recibido por los filósofos medievales llamados a ser los auténticos continuadores de ese Saber, difundido a través de sus obras y de las distintas escuelas que fundaron por toda Europa (Chartres y Oxford entre las más destacadas), y en las que era muy importante el estudio del Timeo de Platón, que es por cierto su libro más pitagórico, y donde se describe la Organización del Cosmos en base a principios de orden numérico y geométrico, los que cohesionan y fundamentan el discurso creacional en cualquiera de sus manifestaciones. De ahí, precisamente, se extrajo la imagen del Dios creador, del Ordenador del Mundo, revestido con los atributos de un arquitecto, con el compás en la mano trazando los límites del cosmos, como podemos ver en tantos grabados de la época.

 

Cuadro de William Blake representando al Anciano de los Días trazando un círculo con un compás sobre la faz del abismo como siendo el Gran Arquitecto del Universo.

El Anciano de los Días como Gran Arquitecto del Universo. W. Blake.

 

Cuando más arriba comentamos que los Collegia fabrorum romanos se cristianizaron[6] queríamos decir que asumieron la herencia cristiana, o para ser más precisos: la herencia judeocristiana, pues la civilización medieval es fundamentalmente judeocristiana, y los gremios de constructores no fueron ajenos a esa realidad, hasta el punto de que las catedrales y otras edificaciones se construyeron teniendo su modelo simbólico en el Templo de Jerusalén, o de Salomón, hecho éste que podemos considerar como crucial en la historia posterior de la Masonería y en general del esoterismo occidental. En efecto, los constructores medievales al tomar el Templo de Salomón como su modelo simbólico se convirtieron también en los herederos de los constructores que edificaron aquel Templo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que cuando hablamos de modelo simbólico en este caso no nos estamos refiriendo propiamente a la forma arquitectónica como el elemento principal de esa herencia, pues sólo hay que consultar los pasajes bíblicos donde se habla de la construcción del Templo de Salomón para darse cuenta que existen diferencias substanciales entre éste y el templo cristiano.[7] Nos referimos más bien a que los constructores cristianos, es decir los masones medievales, se sentían en verdad herederos de un “modelo espiritual”, es decir de la “idea” misma que inspiró igualmente a Salomón y que éste transmitió a los constructores del Templo, y en este sentido la forma en que dicha idea fuese manifestada no era lo realmente importante. Ese “modelo espiritual” no es otro que la “Jerusalén Celeste”, o sea la Ciudad Mítica, que ya describieron el profeta Ezequiel y posteriormente San Juan en el Apocalipsis, cuyo origen es en esencia atemporal y enlaza directamente con una genealogía espiritual (los antepasados míticos e históricos, habitantes del "Oriente Eterno") que supera a la una tradición específica (como pudiera ser en este caso la judeocristiana o la masónica), remontándose al origen mismo de la humanidad. Ni qué decir que ese “modelo celeste” es el que recibieron también los constructores renacentistas, los que “renovaron” la arquitectura occidental integrando dentro de ella las formas clásicas de la arquitectura grecolatina.

En este sentido, hemos de recordar que todas las civilizaciones tradicionales han nacido y se han desarrollado de acuerdo a la idea de un origen celeste y sagrado de su cultura, idea permanentemente reiterada por sus símbolos cosmogónicos y metafísicos, sus ritos y sus mitos. Dice a este respecto Federico González:

La ciudad celeste es un espacio distinto, un país que coexiste con el nuestro, una patria de cuerpo espiritual en donde habitan los dioses, y los difuntos. (...) Lo que la ciudad celeste es al símbolo espacial, las genealogías, o los antepasados, lo son al temporal, y ambas confluyen para cimentar la realidad y la vida tribal. Coexisten en el mundo de las Ideas platónico y conforman el arquetipo. (...) Casi todas las tradiciones han sentido que son heredadas en esta tierra de aquella ciudad del cielo y descendientes de sus moradores, y de allí que hayan pensado invariablemente que su patria constituía el centro del mundo; o sea, un lugar especialmente 'cosmizado', en donde las energías del cielo y la tierra, de los vivos y los muertos, se conjugaban permitiendo el desarrollo de la vida y de esa comunidad en el tiempo. (...) Los grandes mitos y leyendas se refieren siempre a los génesis cosmogónicos mediante los cuales se explica la existencia y se encuentra un orden y un sentido en la inestabilidad del devenir. La cosmogonía es siempre actual, al igual que el tiempo, y se regenera continuamente; en la eternidad del presente, el pasado y el futuro son abolidos. La ciudad celeste y los antepasados son aquí y ahora, y el hombre un vínculo permanente entre dos realidades, o mundos. Por la reiteración ritual del mito ancestral y por medio de los símbolos que lo revelan se puede efectuar el pasaje de lo conocido a lo desconocido. Ese es el propósito de toda enseñanza y la razón de los secretos del oficio.[8]

No podría explicarse mejor la concepción del mundo de una sociedad tradicional, por muy arcaica y "primitiva" que ésta fuese, o tal vez por ello, puesto que lo antiguo y lo arcaico no debe confundirse con lo viejo y lo caduco sino que más bien se relaciona

con todo aquello que es perenne y que refleja las ideas o arquetipos universales (...) En este sentido lo antiguo es perfectamente actual.[9]

Y si ese centro del mundo de que se habla más arriba lo extrapolamos a la época medieval, y posteriormente a la renacentista, vemos que éste, en efecto, no es otro que el propio Templo de Salomón y como decimos es precisamente la Idea que promueve esa Ciudad la que impulsa realmente a los constructores a cumplir con su oficio, dejando la huella de su Arte y su Ciencia grabada en la piedra de la catedral románica y gótica, y por tanto plasmando en ellas una cosmogonía tejida de relaciones permanentes entre el mundo natural y el sobrenatural, entre el mundo físico y el metafísico, siendo el símbolo el intermediario entre ambos y el que hace posible su unión en la mente y el corazón del hombre.

Allí, grabados en los muros, en las columnas, capiteles, tímpanos y bóvedas, vemos representados a los tres reinos de la naturaleza: el mineral, el vegetal y el animal, lo mismo que el mundo del hombre y el plano intermediario, poblado de seres fabulosos, dioses y héroes, y que comprende también los diversos cielos planetarios y el zodíaco, rematándose todo ello con las jerarquías y potestades angélicas que circundan el trono donde mora la Deidad, el Pantocrátor, el Señor del Mundo. En verdad la obra del arquitecto medieval es un libro de imágenes y símbolos herméticos que nos muestran la estructura del Cosmos y los diversos planos o niveles de que se compone, de los más densos y groseros hasta los más sutiles, los que viven igualmente en el hombre, por lo que éste siempre tiene la oportunidad de acceder a ellos y conocerlos en sí mismo, lo que es igual a la identificación con el Ser Universal o Gran Arquitecto del Cielo y de la Tierra.

Por eso mismo entre los antiguos constructores (y no nos referimos tan sólo a los occidentales, sino a los de todas las civilizaciones), que estaban inmersos en un "cosmos sacralizado", el proceso de la edificación, la ejecución de la obra, adquiría un carácter esencialmente ritual. Esto es obvio en los templos y recintos sagrados, aunque ese carácter se extendía también a la vivienda, en donde lo práctico se combinaba perfectamente con su significación simbólica, pues lejos de estar pensadas como "máquinas de habitar" (como pretendía Le Corbusier, uno de los padres de la arquitectura moderna), su estructura tenía siempre una significación cósmica, exactamente igual que los templos, que a este respecto poco se diferenciaban de las viviendas.[10] En efecto, según la concepción de los antiguos constructores todo el edificio, ya fuese casa o templo, debía representar al Cosmos en su totalidad, o sea con los diferentes mundos que lo integran: el mundo terrestre, el mundo intermediario y el mundo celeste, de tal manera que era verdaderamente una imagen simbólica realizada "según el orden" establecido por el Arquitecto Supremo, también llamado "Espíritu de la Construcción Universal".

Esos mismos constructores conocían perfectamente la estructura cósmica y otorgaban un enorme valor a las ciencias y artes que la revelan, entre las que destaca la Geometría, la "ciencia de la medida", a la que no hay que entender tan sólo en su aspecto cuantitativo sino sobre todo cualitativo, que es el que está especialmente ligado al simbolismo de la "luz", pues mediante sus rayos luminosos mide la totalidad del espacio realizado, y, al mismo tiempo que las ilumina, manifiesta las cosas que contiene, de ahí que la luz se haya tomado siempre como un símbolo del acto cosmogónico por excelencia. Recordemos, sin ir más lejos, el Fiat Lux del Génesis. En este sentido el proceso de la construcción sigue las pautas marcadas por el Dios Arquitecto, o Dios Geómetra, en la elaboración del Plan Cósmico surgido de su Pensamiento y manifestado mediante su Inteligencia (la que todo lo hizo en "medida, número y peso" según el versículo bíblico), que es justamente la que el constructor humano ha de encarnar e imitar en su obra. Y ambos, el proceso de la construcción y el de la creación del Mundo, se ven reflejados en el proceso alquímico de transmutación que el hombre realiza consigo mismo, por lo que la Geometría sagrada expresa verdaderamente esas pautas, leyes y principios que constituyen la guía intelectual que ordena el devenir de ese proceso interior, que necesita previamente de una "materia prima" en la que se pueda "obrar" o "trabajar", "materia" que actualiza todas sus posibilidades gracias a la presencia constante del fuego sutil del amor y la pasión por el Conocimiento.



Notas

[1] Para todo cuanto se refiere a los orígenes de la Tradición Hermética y el desarrollo e influencia de sus ideas en la cultura de Occidente hasta nuestros días, ver Hermetismo y Masonería, de Federico González.

[2] Sobre esto ver "El Simbolismo Astronómico en la Arquitectura del Cercano Oriente" de Adrian Snodgrass, en la página "Antología de Textos Herméticos" de la revista Symbolos telemática.

[3] Este templo estelar prehistórico es en realidad un inmenso zodíaco cuyas figuras estaban en cierto modo predeterminadas ya por la topografía y la orografía del lugar. Y quienes acabaron de completarlas debían poseer desde luego conocimientos del arte de la geometría, lo cual para René Guénon es un indicio claro de que la tradición que poseía esos conocimientos “se ha continuado en lo que llegó a ser luego la tradición masónica”. (“La Tierra del Sol”, cap. XII de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada).

[4] En otros manuscritos se dice que el mismo Euclides fue discípulo de Abraham, lo cual constituye un verdadero anacronismo pues Abraham vivió aproximadamente dos mil años antes que Euclides. Pero teniendo en cuenta que las leyendas relatadas en los "Antiguos Deberes" tratan de historia sagrada y mítica, lo que en verdad se quiere significar con esta leyenda es que Euclides (o sea la Masonería) fue el discípulo que recibió el saber que el Patriarca encarnaba: el de la tradición hebrea, entroncada con las antiguas civilizaciones mesopotámicas (contemporáneas de Egipto), pues Abraham era oriundo de la ciudad caldea de Ur. Sobre la relación de Euclides con Abraham ver Denys Roman: René Guénon et les destins de la Franc-Maçonnerie, cap XII.

[5] De la Masonería medieval en el continente debemos destacar especialmente las cofradías y guildas de Francia y los países germánicos. En estos últimos las guildas estaban agrupadas bajo el nombre de "Federación de Logias del Santo Imperio", conocida como la Bauhütte, cuyos centros principales se encontraban en Estrasburgo, Colonia, Ratisbona, Viena y Berna. De esas logias salieron, por ejemplo, "Los Estatutos de Ratisbona", "Las Constituciones de los Masones de Estrasburgo", etc. Sin embargo, las leyendas que aluden a la historia mítica y tradicional de la Masonería tan sólo se encuentran en los Old Charges ingleses y escoceses. Ver aquí mismo la Introducción a la II parte.

[6] Aquí debemos detenernos un momento para decir algunas palabras sobre una de las cofradías de constructores más importantes que descendían directamente de los Collegia romanos: nos referimos a los “Maestros Comacinos”, así llamados porque eran originarios de la región del lago de Como, y también de Lugano y Mayor, en el norte de Italia, de donde se expandieron a toda Europa a partir sobre todo de que fueran llamados por Carlomagno en el 805 para construir la basílica de Aix-La-Chapelle (aunque hemos de decir que ya anteriormente, siglo VII, habían estado en Inglaterra, lo cual confirmaría sin duda alguna lo que dicen las leyendas masónicas sobre la llegada a las islas británicas de constructores continentales, como recordábamos más arriba). Era un momento crucial en la historia de Europa, pues recién había sido creado por Carlomagno el Sacro Imperio Romano, el cual iba a ser el germen de la Cristiandad medieval, la que conocería su esplendor durante los siglos XI, XII y XIII. Se iniciaba un nuevo ciclo histórico, y los maestros comacinos fueron los que sembraron la tierra europea de construcciones sagradas y civiles, y debido a su asentamiento en los territorios donde edificaban y por su contacto con las tradiciones locales, con las que se fundieron, poco a poco se fueron creando las nuevas cofradías de constructores, las guildas o “asociaciones libres de masones”, ya completamente integradas en la Cristiandad. Asimismo, no deja de ser significativo para el tema que nos ocupa que maestros comacinos y normandos viajaran a Palestina durante las primeras cruzadas y allí aprendieran determinadas técnicas que incorporaron a su arquitectura, de la que saldría el arco agudo o gótico. Decir, en fin, que el símbolo de los maestros comacinos era el compás abierto con una rosa en su interior.

[7] En este sentido hay que recordar que los Collegia fabrorum, como herederos del simbolismo pitagórico, también transmitieron a la Edad Media, a través de los maestros comacinos, la forma de la basílica romana, lo cual resulta muy evidente en la arquitectura del románico. En realidad, en cuento a su estructura fundamental el templo cristiano vendría a ser una síntesis de distintas formas arquitectónicas, incluida la del Templo de Salomón en lo que se refiere concretamente a la disposición rectangular de la nave principal, y a la división de la misma en dos partes bien definidas señaladas por las gradas que delimitan el espacio donde se halla el altar del resto de la nave hasta la puerta, y que se corresponden respectivamente con lo que en el Templo de Salomón era el Debir y el Hekal. Precisamente esta misma división se encuentra en la Logia masónica, con el añadido de que en ésta el llamado “pórtico de la entrada”, sostenido por las columnas J. y B., se corresponde con lo que en el Templo de Salomón era el Ulam, especie de umbral que separaba lo que era el interior del templo del exterior del mismo. Ver René Guénon “El Simbolismo de la Cúpula”, en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.

[8] Federico González: El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas, cap. XVIII.

[9] Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, en Symbolos Nº 25-26, p. 334.

[10] Recordemos en este sentido que en esas civilizaciones el hogar de la casa equivale a lo que representa el altar en el templo: un lugar "central" ligado siempre a la idea de sacrificio y ofrenda a la deidad.