Ese Arte de la Memoria al que nos referíamos está también presente en la Masonería a través fundamentalmente de los símbolos que decoran la Logia, verdadera imagen del Cosmos, del Templo Universal, como bien se nos recuerda en el segundo capítulo titulado «Tradición Hermética y Masonería», texto igualmente fundamental para conocer la esencia de la Tradición de constructores (nutrida por la Filosofía de Hermes, es decir por el Conocimiento, y por las ciencias de la Geometría y la Aritmética cuya paternidad en Occidente reside en Pitágoras y su escuela, amén de la sabiduría encarnada en el rey Salomón), que a partir del siglo XVIII (y tras ese período llamado de «transición» durante el cual los constructores viven inmersos en el mundo del Renacimiento, y por tanto recibiendo toda su herencia filosófica, científica y artística, siendo Elías Ashmole, alquimista, anticuario y masón, uno de los personajes claves en esa transición, como bien lo advierte nuestro autor), toma la forma especulativa pero conservando en el espíritu contenido en sus símbolos, ritos y mitos la posibilidad real de la regeneración y transmutación del ser humano:
Por lo que ser masón no es simplemente una adscripción a una institución cualquiera por esotérica que fuere, sino el hacerse cargo, el encarnar su cuerpo doctrinario manifestándose en la totalidad de los mundos físico, anímico y espiritual. Para ello es necesario un trabajo que actúe de modo operativo sobre los postulantes y los lleve a comprender no sólo la majestad de los conceptos sobre los que está alternando, sino también la dignidad feroz de esta labor de accesis al Conocimiento, principio y motor de todo trabajo, inclusive material y profano; esta dignificación del trabajo es pareja con toda idea de Orden propia de la Construcción, y se encuentra presente en la Masonería (una Orden) desde la época de las corporaciones y gremios medioevales hasta hoy.
En realidad la labor del masón es pulir la piedra bruta y llevarla a la perfección. En ello su labor no se diferencia de la del alquimista –o hermetista– que lleva a cabo la transmutación, es decir que completa un ciclo propio y real en un mundo permanentemente inacabado, casi ilusorio. Es importante aclarar que este pulimiento de la piedra, encargado por el Gran Arquitecto del Universo a los hermanos masones, sólo se extinguirá con el fin de los tiempos, o sea, hasta el momento en que el tiempo, vivo, siempre presente, absorba la totalidad del espacio.
En este fin de ciclo se presenta la Masonería como un depósito de doctrina viva y tradicional que incluso ofrece la posibilidad de una realización intelectual (espiritual), es decir, de la Iniciación en el Conocimiento. (Carta Editorial. Nº 13-14 de SYMBOLOS).
Nuestro autor va directamente a las fuentes de la Masonería, a su origen mítico y suprahistórico recogido en los Old Charges (Antiguos Deberes), para referirse precisamente a que esos símbolos, ritos y mitos, así como los secretos del oficio:
se han transmitido sin solución de continuidad desde fechas muy remotas –y desde luego en las corporaciones medioevales– y el paso de lo operativo a lo especulativo no ha sido sino la adaptación de verdades trascendentes a nuevas circunstancias cíclicas, haciendo notar que el término operativo no sólo se refiere al trabajo físico o de construcción, proyección o planeamiento material y profesional de las obras, sino también a la posibilidad de que la Masonería opere en el iniciado el Conocimiento, por medio de los útiles que proporciona la Ciencia Sagrada, sus símbolos y ritos. Precisamente esto es lo que procura la Masonería como Organización Iniciática y lo confirma la continuidad del paso tradicional que hace que igualmente pueda encontrarse en la Masonería especulativa, de modo reflejo, la virtud operativa y la comunicación con la Logia Celeste, es decir la recepción de sus efluvios que son los que garantizan cualquier iniciación verdadera, máxime cuando las enseñanzas son emanadas del dios Hermes y del sabio Pitágoras (p. 106).
Sirvan estas dos citas de ejemplo para mostrar cómo en la obra y pensamiento de nuestro autor se entrelaza armoniosamente la descripción de la historia, tanto cíclica como vertical, de la Orden masónica, con todo el depósito de su tesoro simbólico y ritual, plasmado en los diferentes grados iniciáticos (que ritualizan y sintetizan las innumerables etapas y fases vividas durante el proceso de Conocimiento), tanto en los referidos a los tres primeros de aprendiz, compañero y maestro, como en los llamados altos grados, la mayor parte de los cuales no son sino «especificaciones o prolongaciones de ellos», constituyendo todo ese conjunto un inmenso mosaico ordenado (jerarquizado) y luminoso donde se recoge no sólo la influencia de la tradición hermético-alquímica (Egipto y Alejandría) y del pitagorismo y el neoplatonismo (Grecia y Roma), sino también la tradición judía (concretada en Salomón y el maestro Hiram, constructor del Templo de Jerusalén) y la tradición cristiana a través de las órdenes de caballería y toda la simbólica vinculada con los dos San Juan, empezando por aquella referida a las fiestas solsticiales, de origen por cierto precristiano. La confluencia de todas estas vías tradicionales en el tronco originario de la Masonería, conformado por el simbolismo constructivo, se ha ido dando en el tiempo y esto en cierto sentido ha fomentado la percepción cierta (señalada ya por Guénon) de que la Masonería tiene distintos orígenes, aunque bien es cierto que siempre permanece inalterable en su esencia: la de ser, como dice nuestro autor, un depósito vivo de Sabiduría Tradicional que transmite el Conocimiento a aquellos que son capaces de recibirlo, pues el Gran Arquitecto está presente en todo masón que lo invoca y lo reconoce plasmado en su Logia, la cual:
conforma un ámbito sagrado (…), un espacio interior construido de silencio, lugar donde se efectivizan todas las virtualidades y así puede reflejarse el Ser Universal de modo especular (…) O sea, que la actualización de la posibilidad, es decir el Ser, la comprobación de que todo está vivo, de que el Presente es Eterno, la simultaneidad del Tiempo, la idea de Triunidad del Unico y Solo, conforman un Conocimiento al que los masones arriban por la propia experiencia que proporciona un aprendizaje gradual y jerarquizado a través de los planos cósmicos.
Planos que están presentes también en la estructura del templo masónico, análoga al cosmos, y relacionados con el simbolismo solar y polar, que como ha dicho en alguna ocasión Federico están simbolizados, respectivamente, por la orientación de la Logia tomando la salida del astro rey por Oriente, y por aquella otra señalada por la plomada o perpendicular situada en el centro de aquella y que pende directamente de la Estrella Polar, marcando la orientación vertical Cenit-Nadir (reflejada también en los dos solsticios), verdadero Eje del Mundo en torno al cual se cumple la manifestación de todas nuestras posibilidades humanas, y que al mismo tiempo indica nuestro ascenso hacia la salida del Cosmos, y consiguiente realización ontológica y metafísica (suprahumana), a través de la identidad con el Gran Arquitecto del Universo, con el Noûs-Dios. Y se apunta algo sumamente interesante que abre indefinidas vías de desarrollo, a saber: que esos dos aspectos de la Masonería, solar y polar, están encarnados
en las figuras míticas de Salomón y Pitágoras, los cuales a su vez (…) guardarían alguna analogía con los grados simbólicos (Masonería Azul) y los Altos Grados.
Son estos últimos los que coronan el proceso de Conocimiento en la vía masónica y cuya simbólica debería ser la materia de estudio y de investigación de aquellos masones que verdaderamente trabajan en la realización del «Plan del Gran Arquitecto del Universo».
Hemos de decir que este capítulo, como el anterior sobre «Los Libros Herméticos», supone un trabajo de síntesis verdaderamente extraordinario por parte de nuestro autor para exponer las ideas-fuerza que vivifican ambas tradiciones, así como su proyección en la Historia de Occidente, que a partir del siglo XV se amplía al Nuevo Mundo, a América, donde, sobre todo la Masonería, tendrá un papel crucial en la constitución y desarrollo de las naciones americanas.
Refiriéndonos concretamente a esta última, hemos de decir que muchas de las ideas fundamentales relacionadas con la cosmogonía masónica desplegada por los constructores medievales y renacentistas, y posteriormente interiorizadas filosóficamente por la Masonería «especulativa» del siglo XVIII y XIX gracias al influjo recibido de ciertas corrientes herméticas (especialmente alquímicas y rosacruces), son tratadas en profundidad por nuestro autor. Federico nos habla de la Masonería esencial, vertical, enraizada en sus principios cosmogónicos emanados «de las intimidades» del Gran Arquitecto del Universo por intermedio de las cofradías de constructores, y los filósofos, sabios, reyes, nobles y artesanos de varios oficios que trabajaron conjuntamente con ellos en distintos momentos, muchos de los cuales llegaron a formar parte de sus leyendas y mitos fundacionales, que, pese a todo, han resistido hasta hoy el paso ineluctable del tiempo.
No exageramos un ápice si afirmamos que lo que nuestro autor dice sobre el simbolismo y la historia masónica en este capítulo II merecería ser un tema de estudio por parte de las logias actuales que deseen conocer la verdadera naturaleza de su Orden iniciática descrita desde una perspectiva que abarca tanto la «ciencia de la escuadra» como la «ciencia del compás». La síntesis prodigiosa que realiza sobre la Masonería denota que el conocimiento que tiene de la misma no es exclusivamente libresco, sino que proviene de un auténtico «Maestro constructor», que conoce los «secretos del oficio» pues no sólo ha encarnado la Cosmogonía como la obra directa del Gran Arquitecto del Universo, sino los principios metafísicos de los que ella emana. Sólo desde esa perspectiva pueden escribirse pasajes como los siguientes:
La deidad es inmanente en cada ser, y los Hijos de la Viuda, los hijos de la Luz, la re-conocen en el interior de su propia Logia, hecha a imagen y semejanza del Cosmos. La raíz H.R.M. es común a los nombres Hermes e Hiram, y este último forma con Salomón un paredro donde se aúnan la sabiduría y la posibilidad (la doctrina y el método), señalándose a la Tradición (Cábala) hebrea, en la que nació Jesús, como la vehiculadora de esta revelación sapiencial, real, y artística (artesanal), que constituye la Ciencia Sagrada, la que es aprendida y enseñada por símbolos y ritos en la logia, «libro» cifrado que los Maestros decodifican hoy, tal cual lo hicieran sus antepasados en el tiempo mítico, puesto que la Masonería no otorga el Conocimiento en sí sino que muestra los símbolos e indica las vías para acceder a él, con la bendición de los ritos ancestrales, que actúan como transmisores mediáticos de ese Conocimiento. (…)
El Maestro Constructor lleva su logia interior a todas partes, él mismo es eso, una miniatura del Cosmos, diseñada por el Gran Arquitecto del Universo. Pero la obra está inacabada, se necesita que pula (con Ciencia y Arte) su piedra bruta tal cual cinceló el Creador su Obra. Los números y las figuras geométricas simbolizan conceptos metafísicos y ontológicos que también representan realidades humanas concretas e inmediatas, tan necesarias como las actividades fisiológicas, y de allí en más cualesquiera otras. El número establece idea de escala, de proporción, y relación; asimismo de ritmo, medida y armonía, ya que son ellos los canales que tiende la Unidad hacia la indefinitud numérica, hacia los cuatro puntos del horizonte matemático y la multiplicidad.
Es obvio que Pitágoras o Tales de Mileto no «inventó» nada, sino que reconoció en la serie decimal, que retorna a su Origen (10 = 1 + 0 = 1), una escala natural, una accésis, que le permitiera al ser humano completar la Obra y transmutar así en el Hombre Verdadero, paradigma de todo Iniciado, ubicado en la Cámara del Medio, entre la escuadra y el compás. No ha habido Tradición que no haya desarrollado un sistema numeral que le sirviese como método de conocimiento, en perfecta correspondencia con las pautas creacionales. Recordemos que el techo de la Logia está decorado por los astros, los Regentes, que gobiernan las esferas celestes y establecen los intervalos y las medidas de la Armonía Universal.
Hacia la mitad del capítulo Federico realiza una serie de importantes reflexiones acerca de la incomprensión que la mayor parte del estamento «oficialista» universitario (es decir profano) mantiene no sólo hacia la Masonería, sino también a todo cuanto está relacionado con la Iniciación, la Ciencia Sagrada y los textos sapienciales de cualquier tradición, como el Hermetismo, lo cual es achacable precisamente a los condicionamientos que le imponen el punto de visto profano, que incluso
una asombrosa erudición no sabe esconder, pues aparecen aquí y allá en la literalidad de los planteos, el infantilismo de las concepciones, la desproporción abismal entre el sentido sapiencial-emocional del texto y la lectura «universitaria», es decir, profana, que se hace del mismo.[453] No se debe tratar a una sociedad iniciática por sus acciones humanitarias o altruistas exclusivamente, pues se corre el peligro de desvirtuar la auténtica razón de su existencia.
Sobre la cuestión de los orígenes de la Masonería nuestro autor no hace una investigación exhaustiva pues esto le llevaría a desarrollos que saldrían del marco de un estudio que pretende ofrecer una visión general de lo que es esta organización iniciática como tal y lo que ella ha significado y significa dentro de la cultura y la historia de Occidente. En cualquier caso ya hemos apuntado aquí algunas ideas al respecto extraídas de lo que señala nuestro autor en el capítulo correspondiente. Lo mismo podemos decir de las distintas influencias que ha recibido la Masonería, y que han determinado la existencia en su seno de diversos Ritos donde prevalecen unas influencias u otras según la aceptación que éstas tuvieron en el espíritu de quienes los crearon en su momento, allá por los siglos XVIII y XIX. Pero sí hemos de decir que en todos esos Ritos predominan dos herencias incuestionables: la Hermético-Alquímica y la Pitagórico-Salomónica, las que vertebran el simbolismo masónico y de donde procede el mito esencial y central del Maestro Hiram, común a todos esos Ritos sin excepción, y siempre, en el pináculo del Templo Masónico, la «presencia» del Gran Arquitecto del Universo, del Espíritu de la Construcción Universal.
En estos estudios sobre la obra de nuestro autor hemos señalado en varias ocasiones su importancia en la actualización de los contenidos doctrinales de la Tradición Hermética, o sea en su revivificación entre quienes así lo aceptan y reciben. Esto, naturalmente, es extensivo a la Masonería, y prueba de ello es el libro que ocupa este capítulo. En este sentido, hemos de decir que nuestro autor recibió la iniciación masónica cuando ya llevaba muchos años enseñando la Ciencia Sagrada y la simbólica de la Tradición Hermética, con lo que la llegada a la Masonería no fue para él la entrada en una Orden iniciática cuyo simbolismo le fuese ni mucho menos extraño, pues lo conocía perfectamente ya que la simbólica constructiva forma parte de la Tradición de Hermes desde siempre (por ejemplo entre los constructores egipcios puestos bajo el patrocinio de Thot-Hermes) y desde luego de la cosmogonía de todos los pueblos y culturas tradicionales, sobre todo de los sedentarios, donde nació precisamente el concepto de civilización al ser ellos los primeros en construir la ciudad (civitas).[454]
El ingreso de nuestro autor en la Orden Masónica a principios de los años ochenta del siglo pasado de alguna manera «institucionalizó» una situación que él ya vivía como algo consubstancial a su ser. Pero lo que nos interesa subrayar en este momento es el hecho mismo de que esa «incorporación» de Federico a la Orden Masónica estamos seguros de que fue un acto perfectamente consciente por su parte y que rebasa cualquier consideración de tipo personal, inscribiéndose dentro de lo que podríamos llamar (sin rimbombancia alguna) una «función iniciática» dentro del «fin de ciclo» que estamos viviendo, en el que todo el depósito de la Sabiduría Perenne que ha sobrevivido hasta hoy (incluso el de aquellas tradiciones desaparecidas o aparentemente muertas que han dejado vestigios de su saber) ha de «re-unirse» en el «Arca tradicional» que atravesará el intervalo entre el ciclo que acaba y el que comienza.
El hecho de que la Masonería haya subsistido hasta hoy mismo (y no haya desaparecido como tantas otras organizaciones iniciáticas y esotéricas occidentales) nos está indicando que ella forma parte de ese Arca simbólica. Pero ¿será siempre así? Tengamos en cuenta que en las condiciones de «debilidad» en que se encuentra hoy en día la Masonería, donde una inmensa mayoría de sus miembros desconoce por completo el sentido iniciático de esos símbolos y ritos, y, por qué no decirlo, no son otra cosa en el fondo que «profanos con mandil», en esas condiciones decimos, ella puede desaparecer aunque continúe manteniendo su «forma», que sólo será entonces un cuerpo vacío e inerte sin el espíritu que lo vivifica.
Existe por tanto una responsabilidad por parte de aquellos masones que son conscientes de esa situación y conocen verdaderamente el significado de las leyes cíclicas. Sería a ellos a quienes les competiría hacer el esfuerzo necesario para hacer revertir o «enderezar» esa situación, y qué duda cabe que esto sería colaborar también en los «planes del Gran Arquitecto del Universo.»
Pero esto no puede hacerse desde «fuera» de la Masonería sino perteneciendo «formalmente» a ella, recibiendo su iniciación y aceptando su legado sapiencial. Sin ir más lejos, esto es precisamente lo que hizo René Guénon en su momento y tantos otros que bajo su influencia ingresaron en la Orden masónica (con distinta suerte hemos de decir), y ya sabemos que en su obra la Masonería ocupa un lugar nada desdeñable, habiéndole dedicado muchísimos artículos y estudios al considerarla justamente una «institución» esotérica que, pese a todo, había conservado una estructura ritual y simbólica que todavía podía conferir al hombre occidental una influencia espiritual. Pero para que ello fuese posible se hace urgente «devolver» a los ritos y símbolos masónicos su verdadera dimensión iniciática, despojarlos de todas las infiltraciones profanas (incluidas las mutilaciones a que han sido sometidos los rituales debido a la incomprensión de los mismos) realizando para ello un verdadero trabajo de «restauración» para que continuasen siendo lo que siempre han sido: soportes y vehículos del Conocimiento.
La fundación en 1992 de la Gran Logia Operativa Latina y Americana (GLOLYA) marcó en este sentido un hito importante en la historia reciente de la Masonería, incluyéndose dentro de esa corriente, muy minoritaria, que busca precisamente revivificar su legado simbólico y ritual. La GLOLYA fue, como todo en Masonería, una Idea inspirada por el Gran Arquitecto del Universo y que Federico supo canalizar haciendo realidad la creación de una Obediencia (de la que fue Serenísimo Gran Maestre) que respondiera a los principios sobre los que se afianza, sostiene y cobra sentido la propia Orden masónica como institución iniciática que busca la realización plena de lo que significa metafísicamente la divisa –tan incomprendida y literalmente entendida– de «Libertad, Igualdad, Fraternidad».
Esa realización pasaba necesariamente por devolverle a la Masonería su vocación operativa. La estructura de esta Gran Logia era como la de todas las Obediencias masónicas, pero el espíritu que la animaba se nutría de la antigua tradición del Arte Real, expresión con la que también se conoce a la Alquimia. El hecho mismo de denominarse «Operativa» ya la distinguía claramente de la Masonería meramente especulativa. Su «filosofía» y la manera de entender el simbolismo y la iniciación masónica no eran muy distintos por cierto al de cualquier otra organización iniciática y tradicional de todos los tiempos y que realmente merezca este nombre.
A este respecto, podemos leer en la declaración de principios que aparece en su página web (hermetismoymasoneria.com), dentro del anillo telemático de Symbolos:
La Gran Logia Operativa Latina y Americana es una Federación de Talleres de Europa y América, vinculados con la Tradición, donde se enseña el uso de los útiles para comenzar el trabajo de pulir la Piedra bruta y acercarla a una forma apropiada en consonancia con su Destino. Para distinguirnos de las Logias exclusivamente llamadas especulativas es que hemos adoptado el término Operativa. Esto se debe, por otra parte, a la realidad práctica de los trabajos emprendidos por los Talleres de la Gran Logia Operativa Latina y Americana, y aunque hoy no sea nuestro Oficio aplicado directamente a labores manuales sí lo es en cuanto estos utensilios son ahora intelectuales y nos ayudan, cuando no socorren, en el camino del Conocimiento. Ellos son fundamentalmente los símbolos, y la Vía Simbólica –en cuanto ella conforma una serie de enseñanzas y aprendizajes– como mediadora entre los distintos planos de la realidad. Igualmente el rito, tan importante en Masonería, y que es un conjunto de simbolismos en movimiento.
En efecto, la Gran Logia Operativa Latina y Americana estuvo conformada por distintos talleres masculinos, femeninos y mixtos (algunos de los cuales ya existían antes de la creación de la propia Gran Logia) que trabajaban en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Esos talleres estaban integrados por masones que previamente a su ingreso en la Masonería ya formaban parte de los diferentes Centros de Estudios Simbólicos que Federico había ido creando a lo largo del tiempo en España y América como parte de su labor dentro de la enseñanza de la Ciencia Sagrada. Muchos de ellos eran además colaboradores asiduos de la revista Symbolos, la cual como sabemos dedicó un Nº entero a la Masonería, siendo habituales en ella los artículos sobre el simbolismo masónico. Con esto queremos señalar que antes de entrar en la Masonería y participar de sus trabajos rituales, los miembros de esas logias ya habían recibido desde hacia años una iniciación en la Vía Simbólica y Hermética que les «preparó» intelectualmente para efectuar su propio camino en el viaje del Conocimiento. Esto les otorgaba, además, una «cualificación doctrinal» lo suficientemente sólida para llevar a cabo esa labor de «recuperación» del simbolismo masónico a la que antes nos referimos, incluida la reforma de los Reglamentos de sus logias respectivas y los Manuales de Instrucción de los tres primeros grados iniciáticos, y todo ello elaborado según el espíritu plasmado en los «Antiguos Usos y Costumbres» de la Tradición masónica, rama de la Tradición Primordial.
Esas reformas eran fundamentales por diversos motivos; entre ellos porque ofrecían un «método de trabajo» masónico que prácticamente había desaparecido de las logias y talleres, lo cual es especialmente notorio en la llamada «Masonería latina», que comprende los países del sur de Europa (sobre todo Francia, Italia y España) e Iberoamérica.[455] Las herramientas de trabajo no eran otras que los propios símbolos masónicos, y el rito la efectivización de lo que se iba comprendiendo de ellos, es decir de las ideas que vehiculan y cuya encarnación es la que permite ir puliendo, con paciencia y perseverancia, la «piedra bruta». Dentro de esos trabajos rituales estaba la lectura de los textos fundadores de la Masonería, de los Old Charges, de los Antiguos Reglamentos, de la historia simbólica y las leyendas y mitos que forman parte constitutiva de la cosmogonía masónica junto con el simbolismo propiamente constructivo, nutrido de la geometría sagrada y el resto de las Artes Liberales, amén de la lectura y meditación del Libro de la Ley Sagrada, los textos herméticos y sapienciales de las diversas tradiciones, el legado de la filosofía platónica y, entre los autores contemporáneos, las obras respectivas de nuestro autor y René Guénon, fundamentalmente.
Para entendernos, y utilizando un término masónico habitual, las logias federadas en la GLOLYA podrían ser denominadas, aunque no fueran estrictamente eso, como «logias de búsqueda», es decir de investigación en la Simbólica masónica y universal, y fruto de ello fueron la publicación de dos volúmenes, firmados por Siete Maestros Masones, número eminentemente simbólico y que en la Masonería expresa, entre otras cosas, la idea de perfección en los trabajos rituales.[456] Estos dos volúmenes, que suman casi setecientas páginas, aparecieron en los años 1992 y 2006, y cuyos títulos respectivos son: Símbolo, Rito, Iniciación. La Cosmogonía Masónica y La Logia Viva. Simbolismo y Masonería.[457] Ambos libros tuvieron una buena acogida entre los masones de habla hispana, e incluso el primero de ellos se agotó rápidamente, y años más tarde, en 2003, la Editorial Kier lo publicó bajo el título de Cosmogonía Masónica. Símbolo, Rito, Iniciación. También fue editado en portugués por una editorial brasileña,[458] es decir que el interés se extendió también a los masones de la otra lengua ibérica. En el Prólogo de La Logia Viva se decía lo siguiente:
Presentamos aquí una selección de planchas y trabajos leídos por los masones que han conformado las distintas Logias de la Obediencia Gran Logia Operativa Latina y Americana. La voz de la Tradición se hace sentir en estos trazados de arquitectura de los distintos miembros de esos talleres, aunque todos finalmente se refieren y culminan en lo mismo: el Gran Arquitecto del Universo.
Esta coincidencia signa las distintas voces y hace que un mismo discurso, una cadencia, que podría ser también un gesto, se advierta a lo largo de esta compilación; no sólo una misma intención, sino también una pareja entonación de un canto riguroso. Son, como se dice en uno de esos trazados, radios emanados de un mismo Centro, evocando así la idea de Armonía con que se realizan los trabajos de una Logia viva, idéntica al Cosmos y a la Inteligencia que lo hace posible.
También fijan modelos de pensamiento y coagulan energías arquetípicas en el seno de la Orden Masónica, que se muestra así como la heredera de una corriente de pensamiento que discurre a lo largo de la historia de Occidente. (…)
Tal vez alguien pueda pensar que los autores de esta selección no han tenido en cuenta el «secreto masónico», ante lo cual diremos, en primer lugar, que la Masonería no es una Orden secreta sino discreta, y en segundo término que el verdadero «secreto» es, como en toda organización iniciática, de naturaleza metafísica y permanecerá por tanto inaccesible sin ser revelado jamás.
La semilla fue depositada en la tierra masónica, hasta el punto que la GLOLYA se convirtió en una referencia doctrinal e intelectual para la Masonería no solo latina y americana sino para la del mundo entero, habida cuenta de los medios de información globalizados de hoy en día. En cualquier caso, los frutos de esa acción, de ese «gesto ritual», como en todo lo que tiene que ver con lo sagrado, siempre serán invisibles y constituirán las piedras vivas de una construcción concebida eternamente en la Mente del Arquitecto Divino. La Gran Logia Operativa Latina y Americana se disolvió como tal Obediencia masónica tras un ciclo de trece años de existencia (1992-2005) y de intensos trabajos y presencia activa en la Masonería,[459] considerando sus Oficiales que habiendo cumplido con su función se reintegraban nuevamente «a la soledad y al silencio del Sí Mismo».
Hacían honor así al lema que figuraba en su escudo: «Plus Ultra», es decir «Más Allá», pero no a la búsqueda de un destino meramente horizontal, geográfico e histórico, sino esencialmente polar y metafísico, según el eje de la plomada que pende del Gran Arquitecto del Universo.
[453] En nota añade lo siguiente: «El discurso del Corpus [Hermeticum] es efectivamente reiterativo y se repiten ciertos axiomas o máximas en un tono que conlleva cierta solemnidad, un ‘estilo’ para ser identificado entre otros tonos, y también porque se le imprime una cadencia musical, que a la par que fija la memoria, es un agente ‘invocador’, como sucede con tantos textos sapienciales, sagrados, o poéticos (poiésis).» Lo que dice nuestro autor sobre los Hermetica lo podemos aplicar también a los Old Charges de la Masonería operativa, conjunto de leyendas que recogen sus mitos fundadores y su historia simbólica, y en donde no falta tampoco referencias a las Artes Liberales, especialmente la Geometría, la «ciencia de la medida», fundamental entre los constructores.
[454] En relación a esto y a otras muchas cuestiones que tienen que ver con el origen supracósmico y metafísico del que derivó la iniciación hermética y masónica, recomendamos vivamente el capítulo de La Logia Viva titulado «Eblis, Caín, Hermes, Hiram». Lo podemos encontrar también en la siguiente dirección de internet: symbolos.com/cain_hiram.htm.
[455] Esto no quiere decir que en la «Masonería anglosajona» no exista también lo que René Guénon llamó una «aminoración» o «disminución» del espíritu operativo, pero ella, al menos, había conservado con mayor fidelidad las Constituciones, Reglamentos y Manuales de Instrucción heredados de los Antiguos masones. Otra cosa es que en la gran mayoría de las logias anglosajonas (o que practiquen a sus Ritos aunque no pertenezcan al mundo anglosajón) se trabaje según ese «espíritu operativo».
[456] Al hilo de esto leemos en el cap. II (pág. 140) de Hermetismo y Masonería: «Todas esas ideas, o mejor, la convergencia y ejecución de estas corrientes masónicas, hoy también pueden tener lugar en un ámbito más amplio que el de los talleres, donde muchas veces cuestiones meramente personales de simpatías y antipatías, o problemas sociales o económicos y políticos pudieran crear tensiones y aun abismos entre sus integrantes. Esto podría encontrar una solución, como de hecho ya ocurre, en ciertas logias de estudios masónicos, formadas por maestros de distintos talleres; estas logias que se reúnen una o dos veces al año durante los solsticios, celebrándolos, son de trabajos estrictamente doctrinarios e históricos sobre los símbolos, ritos y antecedentes iniciáticos de la Orden, sin dejarse afectar por las diversas influencias que corren entre los diferentes talleres; como ya se ha dicho son logias de Maestros que ya han sido Oficiales o Venerables de distintas logias y que han probado por numerosas circunstancias y a lo largo de los años su pertenencia a los orígenes, usos y costumbres y deberes de la Orden».
[457] Ambos publicados por Obelisco.
[458] Símbolo, Rito, Iniciação: a Cosmogonia Maçônica. Icone editora, Sao Paulo, 1995.
[459] En este sentido, hemos de decir que la GLOLYA estableció varios «Tratados de Amistad y Mutuo Reconocimiento» con otras Obediencias tanto de España como de América, concretamente con el Gran Oriente de Cataluña (GOC) y la Orden Real de Heredom de Kilwinning, de Buenos Aires, manteniendo también relaciones fraternas con otras Obediencias de ambos continentes. Los «Tratados de Amistad» entre las Obediencias masónicas responden al objetivo de llevar a la práctica la idea de la Fraternidad y la Unidad de la Masonería por encima de las diferencias que pudieran existir entre los diversos Ritos y Sistemas masónicos, producto de la rica y variada herencia recibida por la Orden a lo largo de su historia. La Masonería es Universal, y esto se ha de recordar constantemente para no olvidar que en realidad dicha universalidad conforma una «cadena de unión» con el Principio llamado Gran Arquitecto de los Mundos, que es el que le da la vida y la conforman desde siempre, expresándose a través de los «Tres Pilares» que sostienen la Logia: la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza.
ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.