FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

Fig. 61. Astrólogo. Alberto Durero

Capítulo VI

EL ARTE Y EL SIMBOLO
(continuación)

 

La Alquimia y la Teúrgia

Decíamos más arriba que Simbolismo y Arte es un libro sumamente sintético, y que en él se plasman ciertas ideas esenciales relacionadas con la Cosmogonía Perenne muy útiles para quien quiera profundizar en su aprendizaje y conocimiento, que es en definitiva el suyo propio, su auto-conocimiento (pues «todo está en la mente y el corazón del hombre» como leemos en el Programa Agartha), debido a la total identidad que, como venimos diciendo, existe entre el macrocosmos y el microcosmos, el Universo y el hombre. Los tres últimos capítulos del libro («Arte Alquímica», «Arte Teúrgica» y «Arte Musical») son un ejemplo más de esa síntesis, y además de ser muy aclaratorios sobre el verdadero significado de estas tres Artes Tradicionales nos dan también ciertas pautas para descubrir el sentido de su operatividad en el proceso de trasmutación y transformación del alma humana, tomando estos dos términos en sentido etimológico, es decir como un cambio de estado que permite conocer –y por lo tanto encarnar– otros estados del ser que no están limitados ni condicionados por cualquier forma individualizada. Por eso mismo, en la Vía Simbólica todo cambio de estado se entiende en un sentido vertical, o sea que éste se produce gracias a que toda nuestra individualidad es atraída por la Voluntad del Cielo, pues:

En cualquier vía que se escoja se ha de tender siempre al nivel más alto, ligado a lo metafísico.

Por eso mismo:

cualquier cambio en el sentido horizontal ya está incluido, y se da «por añadidura», en esa transmutación o transformación, pues es todo nuestro ser, en cuerpo, alma y espíritu, el que participa de ello. Además, esa atracción hacia lo más alto es por igual obra de la Gracia y de un tomarse en serio por nuestra parte la Enseñanza tradicional que recibimos por medio de los símbolos; o sea de que en un momento dado en nuestra búsqueda del Conocimiento «descubrimos» (y no sólo de forma mental sino con plena conciencia de lo que esto significa), que «conocer es ser», que «somos aquello que conocemos», y también lo que «recordamos» de nuestra naturaleza esencial.

No puede haber mayor concisión y claridad. Tal vez sea en ese «descubrimiento», o sea que «conocer es ser», donde reside precisamente todo el «secreto» del arte alquímico, pues él actúa en nosotros con la fuerza de una revelación al otorgar a la palabra «conocer» un sentido completamente operativo: no un conocer puramente mental, «pues es todo nuestro ser, en cuerpo, alma y espíritu, el que participa de ello». Conocer es también, y diríamos que sobre todo, una reminiscencia, un recuerdo hecho presente de lo que somos, o sea nuestra identidad. Una vez se ha intuido qué es verdaderamente la Sabiduría su búsqueda no cesa hasta que su energía se hace en nosotros, ya que esa intuición es esencialmente espiritual-intelectual y se reconoce como la única realidad que poseemos.

Todo cambio de estado se produce en la más completa oscuridad, en el «negro más negro que el negro», o nigredo alquímica, resultado de una concentración del ser en sí mismo, a cualquier nivel en que esto se produzca, pues efectivamente no hay cambio de estado (cualquiera que éste sea) sin pasar por ese otro «estado» que simboliza la nigredo. Ella es la «materia prima» de la Obra.

Es bajo esta luz que la palabra Alquimia adquiere su sentido original, indicado, por lo demás, en la etimología del vocablo, que se refiere al color negro (los egipcios daban a su país el nombre de Kemi, o tierra negra), de donde la arabización El-Kimia indica por un lado el aspecto oscuro y subterráneo de las operaciones transmutatorias, y por otro su fin último y eterno, que apunta a superar la primera determinación, la del Fiat Lux, equiparable a la generación por el Verbo, y por lo tanto a lo que está más allá de ella: el Silencio Primordial, o la Oscuridad Original. Por lo mismo a otras posibilidades siempre presentes del Ser Universal (reflejadas por cierto en el ser particular), y la que experimentan los sujetos que se acercan a ella con el ánimo de constituirse en Filósofos, es decir en agentes responsables del gran laboratorio cósmico, donde la obra aún se encuentra inacabada y debe ser culminada con la intervención del «hombre verdadero», lo que explica la importancia del arte y justifica cualquier hecho creativo.

En la misma palabra Alquimia se encierra pues el sentido de lo que ella significa en relación a un proceso espiritual mediante el cual el hombre, regresando previamente a su «materia prima» (también llamada «matriz» o «útero»), va desarrollando todas las posibilidades de ser, o estados de conciencia, que porta dentro de sí; desde lo más profundo, oscuro y subterráneo hasta lo más elevado, para penetrar en otra clase de oscuridad y profundidad: la de las «Tinieblas más que luminosas» de lo supracósmico, cuya matriz no es otra que la Sabiduría. La realización de todas esas potencialidades mediante el Arte alquímico, dice nuestro autor, es la característica de la transformación, y «es común a todas las tradiciones y al pensamiento del hombre en general».

Entre uno y otro polo del eje del mundo, es decir entre lo más bajo y lo más alto de la escala cósmica, está todo el viaje que realiza el adepto de esta ciencia, que evidentemente guarda numerosas correspondencias y analogías con el viaje por los elementos y las esferas planetarias y celestes del esquema ptolemaico que hemos mencionado anteriormente, un viaje relacionado con una vivencia del tiempo cada vez más sutil hasta experimentar la realidad del no-tiempo. No olvidemos, por otro lado, que los metales en la Alquimia son las energías planetarias en el interior de la tierra. Simbolizan estados de la conciencia que en un plano (el subterráneo) están revestidos de las «impurezas» del mundo sublunar, pero que una vez liberados mediante la operación (indefinidas veces reiterada) de «separar lo espeso de lo sutil», o sea mediante el proceso de «rectificación», muestran su verdadera naturaleza, es decir su origen celeste y supraceleste.[377]

Se puede comprender, entonces, que este proceso del adepto –o el chamán, que ha recibido sucesivas iniciaciones, o comprendido distintos estados del Ser Universal– que va obteniendo para sí paulatinamente los colores de la Obra,[378] es una verdadera inmersión en el tiempo, ya que advierte la simultaneidad de todo lo posible (que se da merced a la proyección temporal, o sea gradualmente), y reconoce estados no humanos desde una perspectiva distinta, donde ve girar la rueda de los sucesos y fenómenos sin apego, tal cual el alquimista metálico observa de una manera imparcial las sustancias que combustionan –coagulan y se disuelven– en su athanor.

Es interesante detenernos un momento en lo que dice nuestro autor acerca del «no apego» que ha de procurarse el alquimista en determinados momentos de su proceso interior. En efecto, sin ese «desapego» no se puede realizar la operación de «separar» lo «espeso de lo sutil», lo «profano de lo sagrado», y sin la cual la obra de la transmutación jamás podría llevarse a cabo. Mediante el desapego se fomenta sobre todo la energía de la contemplación (superior a la acción), y asimismo de la paciencia y la perseverancia, virtudes por excelencia alquímicas que tienen que ver con los ritmos y los ciclos del tiempo interno que coadyuvan a la maduración de los «frutos» del Conocimiento.

Pero nuestro autor no se ciñe únicamente a la Alquimia metálica y mineral (cuya simbólica es universal y practicada desde los tiempos arcaicos «y está referida fundamentalmente a un fin espiritual») para explicar el enunciado de este Arte, pese a que evidentemente reconoce su papel preponderante dentro de la Alquimia occidental, y sólo hay que ver el testimonio dejado por las

miles de obras, la mayor parte ilustradas, cuyo objeto es la transformación del alma humana, ya que ésta es el vehículo, o plano intermedio, donde se efectúa la transmutación a que nos estamos refiriendo; y es sabido que en la alquimia mineral esa operación es simbolizada por el athanor, recipiente donde se «cuece» la materia de la Gran Obra –y donde se separan las partes más sutiles de las más densas mediante sucesivas «coagulaciones» y «disoluciones»–, el cual constituye un ejemplo vivo de la transformación, tanto del microcosmos, del alma humana, como del alma universal.

Se expone aquí una visión de la Alquimia que rebasa las fronteras tanto geográficas como históricas, dando a entender que este Arte es universal, como lo son los principios por los que se rige. Si la Alquimia es fundamentalmente el arte de la transmutación y de la transformación del alma humana, dicho arte reconoce entonces numerosos métodos que contribuyen a su realización efectiva y que han sido practicados desde tiempo inmemorial y en todos los pueblos de la Tierra. Es decir que la Alquimia

describe y posibilita un proceso que los seres del mundo de todas las épocas han conocido y que, incluso, han tomado como su verdad esencial, el del objeto (y sujeto) del conocimiento, y la razón de ser de las iniciaciones, los símbolos y los ritos.

Efectivamente, la presencia de «otras» realidades, tanto en el macrocosmos como en el hombre, ha sido conocida desde siempre por todos los seres humanos y sus sociedades, los que describen, porque las practican, las posibilidades de conocer, de ser, de encarnar, esas otras modalidades del Ser Universal, a las que consideran unánimemente como lo verdadero y lo inmutable.

Y en otro lugar:

Si todo está en todo, la ciencia y arte de la transmutación se halla presente en cada ser, fenómeno o cosa, los que a su vez pueden ser igualmente los soportes de una acción tendiente a desentrañar cuál es su realidad final, qué secretos está expresando con su ser, qué hay detrás de la apariencia, en qué medida existe aquello que tomamos por real, etc. Por lo que el método de la ciencia de la transformación, o metanoia, en estrecho vínculo con las circunstancias, siempre contingentes y relativas, donde se produce esa «efectivización», signada por innumerables factores externos, o fuerzas astrales, comenzando con la determinación del nacimiento individual, está igualmente siempre presente.

Lo que nuestro autor en el fondo nos está señalando es que la Gran Obra hermética, o hermético-alquímica, reproduce exactamente y tiene el mismo significado que el proceso iniciático (en analogía también con el de la formación y creación del cosmos), y que este proceso es universal y arquetípico, presente en toda realización espiritual.

Como decimos, los métodos, formas y medios para lograr los conocimientos que propone el Arte Alquímico son innumerables. Nuestro autor nos habla de la importancia de la oración y la invocación mágico-teúrgica (o sea no en el sentido religioso y de efusión sentimental), y del arte de la memoria, de la medicina espagírica y la Magia Natural, del juego de relaciones y analogías entre los símbolos, ritos y mitos, de las exégesis, hermenéuticas, filosofías y escritos que tratan de la Alquimia y de la Ciencia Sagrada en general, sin olvidarnos por supuesto de las técnicas respiratorias, en donde a través de los ciclos de la inspiración y la expiración se verifica la dialéctica de la coagulación y la disolución, es decir del nacimiento y la muerte alquímicas, que el operario vive de modo constante a través de los cambios de estado que va experimentando en su conciencia, reconociendo así

las tenues y sutiles señales de una transformación, que por leve y difuminada que parezca se hace de pronto transparente y se arraiga profundamente en el corazón del athanor, o lo que es lo mismo, del alma humana, permitiéndole así al operario seguir desarrollándose para enfrentar nuevos trabajos de su ciencia evolutiva, gracias a la intuición intelectual, directa, que no admite dudas ni demostraciones, pues de cara a la certeza resultan completamente innecesarias.

Abundando algo más en la respiración, diremos que nuestro autor habla en distintos lugares de su obra de la importancia de ésta en cuanto que, como se dice en el Programa Agartha, es la manera que tiene el hombre de conectarse con el universo, y el universo con el hombre, hasta el punto que la «inspiración» de uno es la «expiración» del otro, y viceversa. Se trata, evidentemente, de una muestra más de esa íntima unión entre el Universo y el hombre, que es una constante en la vía iniciática,[379] y ambos «participan de la sola y única realidad del Verbo».

La respiración es, pues, algo trascendente, de lo que es importante tomar conciencia, ya que, como se ve, es un medio poderoso y sencillo al alcance de cualquiera para poder entender en nuestro pequeño espacio, en nuestro laboratorio alquímico, y con nuestras imágenes, las realidades cosmológicas que se reflejan en el ser humano, pues éste ha sido generado con el mismo modelo del cosmos.[380]

Dentro del mismo simbolismo sustentado en los tres reinos de la naturaleza: metálico-mineral, vegetal y animal también existen indefinidas maneras de experimentarlos y vivirlos, asumiendo su sacralidad: por ejemplo la ingestión de plantas alucinógenas utilizadas desde tiempo inmemorial por todos los pueblos, incluidos no sólo los arcaicos sino también las más altas y refinadas civilizaciones, como hemos tenido oportunidad de verlo en diversos lugares de este volumen. También la ingestión de las bebidas alcohólicas, entre las cuales está el vino, esencial en muchas ceremonias y ritos, caso de los dionisíacos y sin ir más lejos de los ritos cristianos como la eucaristía, en donde también se «bebe» la sangre y se «come» la carne de Cristo, es decir la carne y la sangre del Dios.[381] ¿Acaso no es la «transubstanciación del pan y del vino» una auténtica transmutación y transformación alquímica de alimentos terrestres en alimentos celestes? Sin duda, la eucaristía es un auténtico rito alquímico, y así fue vivido por el hermetismo y el esoterismo cristiano, que son los que devolvieron a esta tradición su antigua dimensión iniciática a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento.[382]

Se dice que el secreto de la transmutación es el fuego, pero el fuego inmaterial, a contranatura. La pasión por el Conocimiento es una forma de ese fuego sutil, un «furor» o amor por lo más alto capaz de poner toda nuestra atención intelectual y nuestra emotividad anímica en un solo «objetivo»: la conciliación de los contrarios. En verdad ese fuego a «contranatura», el «Fuego hermético», se encuentra en el Azufre, el «Agente o generador alquímico», la energía divina[383] que reside en el centro de cada uno de nosotros y que es la única capaz de «fijar lo volátil», o sea de fecundar el «mercurio», el alma, que ha devenido receptiva a las influencias celestes tras las sucesivas purificaciones en el interior del athanor. De esa fecundación nace el «niño alquímico».[384]

En este sentido nuestro autor habla de los «ritos genésicos» y sexuales (tantra-yoga) como parte imprescindible del Arte de la transmutación, y se pregunta a continuación que sin la presencia del mercurio ¿a quién fecundaría el azufre? Es decir, que sin el trabajo previo de los procesos alquímicos que conducen a la purificación del alma humana, ésta no podría recibir el espíritu, y en consecuencia el ser individual no podría nacer a «otra realidad», la del Hombre Nuevo.[385]

El ángel Gabriel anuncia a María y ella responde: «Hágase en mí según tu palabra». Sin esta aceptación tampoco el rito se produciría. En otras tradiciones, Afrodita-Venus, el Amor, la energía capaz de unificarlo todo, nace del semen producido por el desmembramiento de Urano (el Cielo) y es llamada la «mujer nacida de las olas». De todas maneras estos nacimientos son «antinaturales» en cuanto la fecundación es «anormal» con respecto a las simples génesis ordinarias. Son el fuego y el cielo quienes en definitiva fecundan, y esto, que es absolutamente interno, constituye un hecho siempre asombroso, pero más real que nada conocido –aunque presentido– hasta el momento. Eso no es casual, y en términos de todas las tradiciones es necesario un largo peregrinaje y grandes trabajos para obtenerlo tal el caso neto de Herakles-Hércules.

 

Fig. 62. Elías Ashmole. Theatrum Chemicum Britannicum

 

II

Existen varios motivos por los que habría que agradecer a nuestro autor haber escrito específicamente sobre la Teúrgia, pues al contrario de lo que ocurre con la Alquimia poco se ha hablado acerca de este Arte y su significado más allá de referencias a su etimología (que tiene un sentido derivado de «rito sagrado y divino») y a otras cuestiones relacionadas con las biografías de quienes a lo largo del tiempo han practicado sus enseñanzas, las cuales, sin embargo, han permanecido siempre veladas, sin duda debido a la índole y naturaleza de lo que ellas son portadoras. Nuestro autor apenas si cita algunos nombres porque lo que le interesa en este momento es verter determinadas ideas relativas a la doctrina que sustenta la Teúrgia,[386] o sea sus fundamentos intelectuales, requisito imprescindible para experimentarlos y conocerlos en uno mismo, en la acepción operativa que atribuimos a esta palabra, y que son exactamente los que se exponen en el capítulo VI de Simbolismo y Arte, donde podemos leer:

El arte mágico-teúrgico consiste en la efectivización del pensamiento y la doctrina cosmogónica tradicional realizada en la siempre cambiante realidad de gestos, ámbitos, voces y estructuras que se van sucediendo en la cinta del tiempo. Esta adaptación a las circunstancias con que se condiciona la vida del hombre constituye una permanente actualización de los principios, a los que se refiere siempre la cosmología, y una revivificación constante de las leyes universales, que el operador mágico conoce y proyecta –a veces sin objetivo aparente– en su medio bajo la forma de una circunstancia anecdótica, histórica, siempre cambiante.

Por ello mismo brota espontáneamente ese agradecimiento en quienes estamos interesados en el mundo de las Ideas y en su realización, pues como aquí se está indicando expresamente en esto consiste el Arte Teúrgica y los ritos que lo acompañan, es decir en generar la «energía» necesaria que lleve a efectivizar en uno mismo el conocimiento de la doctrina y los principios universales que ella sustenta. Por lo que todo esto no está exento de un profundo respeto hacia la sacralidad de esos ritos y las fuerzas y potencias divinas que ellos desatan en quien los invoca, y cuyas virtudes inherentes son realmente las que transmutan y transforman la naturaleza del hombre «caído».

En realidad toda la obra de nuestro autor está entreverada de alusiones a este Arte divino, ya sea de manera explícita o implícita. Esto se nos hace más evidente cuando logramos penetrar en el sentido iniciático que cubre a esa obra de principio a fin y descubrimos en ella la «calidad» de su didáctica al recibir su influencia intelectual, sin la cual no podría existir esa «permanente actualización de los principios», que como él mismo señala se realiza en la siempre cambiante realidad de gestos, ámbitos, voces y estructuras que se van sucediendo en la cinta del tiempo, y que condicionan la vida del hombre. Adaptándose a esas circunstancias, la doctrina tradicional inocula en los seres humanos los valores que impiden que éstos queden al albur de las contingencias temporales, o sea de su propia vida individual y sus eventualidades; o dicho de otra manera: esos valores y principios constituyen siempre, y en cualquier circunstancia, un centro, o eje, en medio de la «corriente de las formas», manteniendo así el equilibrio y el orden en el mundo.[387]

Precisamente, y sin ir más lejos, así deberíamos contemplar la obra de nuestro autor, como un centro en medio de la vorágine de nuestro tiempo, que es además un final de ciclo, y esto cobra especial relevancia en cuanto advertimos que pocas son las voces que actualmente pueden, como la de nuestro autor, ser portadoras de esos valores, que son los de la Tradición Unánime, y por tanto de la Teúrgia, cuyo objetivo último en definitiva

es ligar con la cadena interna de unión, con la Iglesia Secreta, que opera y se manifiesta en nosotros y en nuestro entorno, dándonos así el poder de expresar la Ciencia Sagrada.

Desde luego la imagen de una fuente de la que mana inagotable el agua vivificadora es aquí muy ilustrativa de lo que estamos queriendo expresar con respecto a la obra de nuestro autor.

En Hermetismo y Masonería (cap. III, nota 155), encontramos la siguiente mención de la Teúrgia cuando, refiriéndose a la magia renacentista y al conocimiento de los secretos de la cosmogonía (que «la Teúrgia activaba»), nos dice que ésta es una:

magia intelectual, espiritual o pneumática, es la verdadera Alquimia del Conocimiento.

Esta «definición» es de por sí muy clarificadora pues la relaciona tanto con la Magia como con la Alquimia, y de hecho la Teúrgia también se basa, como ellas, en las leyes de las correspondencias y las analogías, y operan de modo semejante, atendiendo siempre, y de forma despersonalizada, «a los principios y al orden dialéctico de la Creación», a la que se concibe como un Todo indisoluble e indivisible en partes.

Por otro lado, también la Teúrgia trata, como la Alquimia, de la transmutación y la transformación, pero no se limita como ella a lo individual y microcósmico, sino que orienta sus objetivos hacia lo macrocósmico, es decir que existe un propósito en la Teúrgia –paradójicamente indeterminado e indefinido– que la pone en relación directa no tanto con lo particular sino sobre todo con lo Universal, con el plano más alto de la Manifestación, el del Ser o Uno, que obviamente contiene los principios del cosmos y las estructuras prototípicas que lo organizan. Por eso mismo nuestro autor subraya que pese a que tanto la Teúrgia como la Magia utilizan procedimientos similares su diferencia estriba

no tanto en la índole de la coreografía ritual, sino más bien en el ánimo de los participantes, en sus intenciones, y sobre todo en el conocimiento directo del universo de energías invisibles que expresa y plasma la ceremonia.

De ahí, precisamente, ese concepto de «magia intelectual, espiritual y pneumática» referido a los ritos teúrgicos. El teúrgo, el hombre de Conocimiento, realiza y actualiza permanentemente en sí mismo las energías divinas invocadas en el rito (los dioses inmortales y uránicos en la tradición clásica, los nombres divinos o sefiroth de la cábala, la jerarquía angélica de las corrientes herméticas y cabalistas cristianas del Renacimiento, etc.), y en consecuencia su acción lleva implícita la proyección de esas mismas energías, y de sus influencias benéficas, en todas las direcciones y dimensiones espacio-temporales, es decir que él es el centro, el eje del Mundo, por el que las realidades más altas se propagan no sólo en el ámbito humano y terrestre sino en el conjunto de la Vida universal, con la que el teúrgo, mago o chamán «se encuentra indisolublemente unido».[388] Es así que:

Ejercer acción sobre una cosa es ejercer esa acción sobre un conjunto innumerable de cosas en un mundo concebido como concatenado; igualmente hacerlo sobre un ser humano implica realizarlo en toda la humanidad; la economía de la Teúrgia fija sus propios límites sin imponerlos. Sus fines son imprecisos, sus medios han de ser exactos, por paradigmáticos y míticos y perfectos, es decir especialmente adecuados a la situación espacio-temporal que signa el rito aunque resulten totalmente paradójicos para el propio operador que en su gestión no sabe definir con claridad –y no lo necesita– dónde y cómo los distintos sucesos de su propia y divina comedia pudieran ser traducidos en medio de una Revelación Permanente. El hombre es el corazón del Universo.

El microcosmos cumple la misma función en el cosmos que el corazón en el cuerpo humano, y a través de su dualidad, referida a sus dos naturalezas: divina y humana (sístole y diástole), es capaz de recrear perennemente la vida con la que se encuentra indisolublemente unido, pues es un todo con ella, correspondiéndose ambos de manera perfecta e idéntica al punto que constituyen, han constituido y constituirán, una misma entidad. El mundo entero está animado y perfectamente vivo hoy día (y siempre), como un animal o ser gigantesco cuyas partes u organismos se articulan y moldean constantemente entre sí impulsados por los movimientos de su corazón, el ser humano, centro del Universo. Y este ser, siendo parte esencial de la creación regenera permanentemente el cosmos, aun con su sola presencia. En un mundo así todo es mágico y cada gesto, signo o palabra un acto generativo capaz a su vez de producir indefinidos reflejos de sus mismas características. Esto es estar haciendo la creación perpetuamente, y el hombre ha conocido esta realidad siempre, aun de modo inconsciente, y ha participado de ella (…) Por otra parte, entonces, ¿qué más operativo y mágico que la oración del corazón, la cual debida a una concentración en el meollo del ser humano que pronuncia la plegaria o invocación se dirige al corazón del Ser Universal con el que pretende, y logra armonizarse?

Nuestro autor está expresando aquí implícitamente la doctrina hermética relativa al hombre como dotado de una doble naturaleza que le brinda la posibilidad de unir entre sí los diferentes planos de la manifestación cósmica. El hombre «es un todo» con esa manifestación, y en este sentido es que la «corona» también. De acuerdo a esa parte divina de su ser –identificada con el Noûs o Intelecto superior–, tiene la potestad de concebir el mundo suprasensible e increado, y entrar en contacto con la perfección de los principios divinos, y esto lo faculta para comunicar esa realidad a los planos inferiores, regenerándolos; el hombre es, ciertamente, el centro del Universo.

Por otra parte, aquí se está hablando del sentido profundo de la oración del corazón, el cual es inherente a su aspecto operativo como recuerda también nuestro autor. La oración, cuando no se ata al sentimentalismo religioso, tiene un único objetivo por su propia despersonalización: comunicar al ser humano con el corazón del Ser Universal y unirse a El. En su plegaria, en su invocación, el hombre encuentra una vibración, un eco en los poderes divinos, que son «atraídos» hacia la manifestación por la «eficacia» inherente al propio rito, que no sólo son los «gestos» corporales sino fundamentalmente las palabras o nombres de poder, o mejor la esencia divina que reside en ellas.[389]

Por eso mismo, al señalar que los medios de la Teúrgia han de ser exactos por paradigmáticos, nuestro autor está aludiendo en realidad a esa eficacia del rito sagrado, a su «técnica» o «arte», aspecto éste al que siempre ha concedido una importancia capital, central podríamos decir, pues toda acción ritual determina su propio encuadre, es decir genera el espacio que permite la manifestación del numen, de la idea-fuerza. De ahí igualmente la necesidad de que el rito (que no olvidemos es el símbolo y el mito en acción) sea llevado por el aprendiz hermético a todos los ámbitos de su vida y su cotidianidad. Esto es fundamental, como lo es saber que nunca debe realizarlo de manera literal o lineal,

sino que más bien se trata de vivir al ritmo del compás cósmico, advirtiendo la sacralidad del entorno físico-anímico, derivado de un ser espiritual, tan invisible como inteligente. No es pues sólo una sistematización de gestos e invocaciones que siempre acaban en forma esclerotizada, sino la intuición de la Verdad y la Belleza reunidas armónicamente en el cuerpo de la Inteligencia Universal, deidad tan precisa como esquiva, siempre aérea o radiante.

Advertir la sacralidad del medio en que vivimos es la certidumbre que confiere el rito cuando dejamos que éste actúe sin interferencias de ningún tipo, y mucho menos psicológicas, o sea cuando existe una entrega sin reserva alguna a las verdades, o certezas, que se van intuyendo en la intimidad de la conciencia en la medida en que vamos penetrando en el ser y la esencia de las cosas, que poseen una luz que les es propia, pues deriva «de un ser espiritual, tan invisible como inteligente». Esa realidad sucede sin más, acontece por sí misma, y muchas veces,

para el chamán-mago es mucho más importante esa realidad, ese otro mundo, invisible, y, sin embargo, tan real que es la fuente –según él– donde se origina cualquier fenómeno o cosa.

Y añade a continuación:

En la Teúrgia, no existen los fines particulares sino los prototípicos, que son simbólicos; en ese sentido suelen ser ejemplares, como los mitos, sus estructuras y personajes.

El mago o teúrgo «vive» en un tiempo y espacio otro, mítico, y la ciudad celeste es para él una realidad tan palpable como la que perciben sus sentidos. Sus acciones pueden tener a veces ese componente extraordinario, incluso extravagante y excéntrico, cuyo alcance último escapa forzosamente a las mentes estrechas y profanas, no entrenadas en la didáctica de los códigos simbólicos que no olvidemos siempre están «cargados» de sacralidad, y de donde no está exento el delirio poético inducido por las Musas, hijas del Padre celeste, Zeus, y la Memoria.

Nuestro autor señala específicamente la invocación a estas diosas como parte constitutiva de las prácticas teúrgicas de mayor importancia en Occidente, y esto nos lleva a la conclusión del papel relevante que ellas han jugado en la conformación de nuestra cultura, que se ha ido tejiendo también, de modo secreto, bajo su patrocinio gracias al influjo de sus emanaciones en las almas proclives a percibir la belleza divina de sus cantos, o sea de sus mensajes sutiles que sólo pueden ser captados por la intuición o inspiración intelectual (y también poética), que por supuesto, y como ya sabemos, nada tiene que ver con la esfera de lo «mental» e «individual», sino con el «corazón» y la potencia divina que reside en él.

En realidad la influencia de estas entidades se ha dejado sentir en las más diversas culturas y civilizaciones a lo largo de la Historia, aunque otros hayan sido sus nombres, pero siempre vinculados a las ciencias y artes del ritmo y la palabra en su función primordial de despertadoras del «recuerdo de sí mismo», teniendo al Sol (Apolo) como director de su coro, del que se desprenden las irradiaciones sutiles y armónicas que reverberan en el universo entero, y que el hombre inspirado (el mago, el teúrgo, el chamán, el filósofo, el rey-sacerdote, el bardo, el trovador, el juglar) puede «oír» en el recipiente de su alma y transmitirlas a través de su actividad creadora y redentora.[390]

Nuestro autor cita aquí a Platón (Fedro, 244-245), quien habla de ese delirio poético como un don profético «cuando nos viene de los dioses», y «es más noble que la sabiduría de los hombres»:

Hay una tercera clase de delirio y de posesión, que es la inspirada por las musas; cuando se apodera de un alma inocente y virgen aún, la transporta y le inspira odas y otros poemas que sirven para la enseñanza de las generaciones nuevas, celebrando las proezas de los antiguos héroes. Pero todo el que intente aproximarse al santuario de la poesía, sin estar agitado por este delirio que viene de las musas, o que crea que el arte solo basta para hacerle poeta, estará muy distante de la perfección; y la poesía de los sabios se verá siempre eclipsada por los cantos que respiran un éxtasis divino.[391]

El propio teúrgo es un símbolo por el que se transmiten energías que él canaliza con total prescindencia de su aprobación o desaprobación personal. Es en este sentido precisamente que:

el chamán es en sí una teofanía, o se transforma en ella durante su actividad mágica, lo cual constituye el núcleo central de todo rito.

En efecto, la naturaleza y extensión de esas energías, o ideas universales, son tan majestuosas e inconmensurables que el ser humano deviene un actor que se mueve al dictado de lo que ellas enuncian,[392] y es en este sentido que él puede transmitirlas y canalizarlas pero jamás retenerlas en su pequeño «yo personal», que se le revela como algo impermanente en el sentido de que hoy puede ser una cosa y mañana otra, y en cualquier caso esa «personalidad» puede ser un instrumento más al servicio «impersonal» del rito sagrado.

El Arte Teúrgico es impersonal y sus ritos adecuados a la cadencia y armonía de la magia natural, que genera permanentemente los fenómenos y substancias de la creación mediante arquetipos inmutables que paradójicamente cambian constantemente de modo; virtud esta última que permite a la individualidad del chamán acomodarse al ritmo universal, ser uno con él, y por lo tanto generar su propia creación habiendo previamente destruido todas las formas como paso necesario para la construcción de cualquier orden, así fuese éste su personalidad, el entorno donde se proyecta, o el espacio que le ha sido asignado.

En realidad cualquier interpretación acerca de este arte efectuada con ojos profanos, es decir con la programación contemporánea, está viciada de nulidad, ya que será imposible comprender un tipo de mentalidad cuya cosmovisión, usos y costumbres, y sobre todo su actualización permanente de la realidad de lo invisible y desconocido, organiza su vida y comportamiento. Para este tipo de gente la vida es un juego perpetuo de luces y sombras, de espacios constantemente renovados, una representación lo suficientemente mimetizada como para parecer verdadera. La posibilidad es la raíz de la Teúrgia, la creación su indefinido campo experimental. Por su naturaleza el Universo es mágico; lo mismo vale para el microcosmos. Pero se debe hacer la salvedad que el rito impersonal al cabo personaliza, que lo invocado deviene forma e imagen, materializa de distintas maneras; y que toda tentativa de exponer de modo más o menos racional lo que no sigue ese discurso es de por sí un acto fallido respecto a la suma de lo incognoscible y la auténtica presencia del misterio inefable.

Y añade seguidamente:

La Teúrgia es siempre actual, jamás a nadie que participó en alguno de sus ritos se le ocurrió verificar el «resultado» de sus ceremonias. Cuando el chamán enciende el fuego genera vida, en el momento en que derrama agua sobre la tierra ya está lloviendo, el universo se encuentra estrechamente ligado a los hombres, los cuales lo conforman; somos señales en un mundo de señales y el mago es un generador, operando sus ritos ancestrales, renovando el mundo a perpetuidad. Sus ceremonias no son vanas, al contrario, son imprescindibles para que se reconozca el Sí Mismo dentro de sí mismo.

Esta última idea-fuerza, lanzada como un dardo directamente al corazón del lector, da todo el sentido posible a las ceremonias y ritos teúrgicos, o sea a su función salvífica y liberadora, que sólo llega cuando la propia alma se encuentre lo suficientemente purificada como para que sea un espejo sin mácula en el que el Sí Mismo pueda reconocerse en ella, sin intermediarios, y la unión sea entonces efectiva. Un misterio.

 



NOTAS

[377] La expresión hermético-alquímica: «Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta» (VITRIOL) alude en realidad a todo este simbolismo. La Rectificación tiene aquí dos sentidos, que convergen entre sí: por un lado se refiere a los imprescindibles trabajos de la «purificación», y por otro se relaciona con el movimiento ascensional que se produce en el ser cuando habiendo llegado al punto más bajo en su descenso, no tiene más remedio que invertir esa tendencia y remontar hacia lo más alto, lo cual está simbolizado por el «despertar» de la kundalinî, «serpiente de Shiva que en estado ordinario yace dormida, sin que se manifiesten las energías espirituales en ella contenidas». En su ascenso la energía de la kundalinî hace eclosionar los diferentes chakras (círculos, estados de la conciencia) que en número de siete (y en analogía con las energías planetarias) se sitúan simbólicamente a lo largo de la columna vertebral, el equivalente microcósmico del eje del mundo. La «piedra oculta» es naturalmente la «piedra filosofal», y ella se identifica también con la «verdadera medicina», la que otorga la «fuente de la eterna juventud», es decir la inmortalidad. Ver también René Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, capítulo XXXII.

[378] A saber: el «negro» de la muerte, el «blanco» del renacimiento, y el «rojo» de la resurrección. Entre cada uno de ellos existen numerosos «matices» que van jalonando las etapas del proceso.

[379] Entre las distintas técnicas tradicionales de respiración nuestro autor señala sobre todo el Hatha-yoga hindú, pero también hace hincapié en la reiteración de los mantras, los cuales tienen su «equivalencia occidental en jaculatorias, rosarios y otras prácticas, así como todo ritual donde intervienen el canto, la salmodia y el baile», todos los cuales «deben ser puestos en íntima conexión con esos mismos procesos respiratorios, donde se alternan la inspiración con la expiración, o en términos alquímicos, la coagulación con la disolución».

[380] Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Módulo I, acápite: «La Respiración». En este acápite se habla también de las correspondencias que tienen los ciclos respiratorios con otros del cuerpo humano, por ejemplo la circulación de la sangre (diástole y sístole) y la asimilación de los alimentos (ingestión-excreción). En este sentido, el cuerpo humano también es un athanor alquímico, y reproduce en su escala el modelo cósmico. La ingestión de los alimentos y sus distintas «separaciones» y «coagulaciones» (y sus «combustiones») para finalmente «sublimarse» en los elementos más sutiles como la sangre y el aire, son desde luego un símbolo de los procesos internos del alma. Por otro lado, hemos de recordar que en Alquimia los «excrementos» son el símbolo de las transformaciones a otro nivel.

[381] «Carne del dios» es como se conoce también al peyote.

[382] Ver también a este respecto Presencia Viva de la Cábala II, especialmente los capítulos V y VI.

[383] Recordemos que el griego Zeíon tanto quiere decir Azufre como divino.

[384] Leemos en el Corpus Hermeticum (XIII, 3): «¿Qué más puedo decirte, hijo mío? Sólo esto: una visión simple se ha producido en mí (…) He salido de mí mismo y me he revestido con un cuerpo que no muere. Y a no soy el mismo, porque he renacido intelectualmente (…) Y a no tengo color, ni soy tangible ni mensurable. Todo eso me es ahora extraño (…) y ya no se me puede ver con los ojos físicos».

[385] En efecto, la purificación iniciática, o alquímica, significa también la «creación» del alma, pues antes de la recepción del influjo espiritual (análogo al Fiat Lux divino creando el cosmos) ésta es pura potencialidad, y sólo mediante esa recepción puede desarrollar, actualizar, todas las posibilidades contenidas en ella.

[386] Para conocer muchos de esos nombres, y dentro del ámbito de Occidente, recomendamos nuevamente el estudio de Hermetismo y Masonería. Asimismo Presencia Viva de la Cábala y Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana, obras que son imprescindibles en lo que se refiere precisamente a las biografías de destacados maestros, teúrgos y magos del Hermetismo, la Alquimia y la Cábala.

[387] Conocer los principios e ideas que sustentan la Teúrgia nos llevará también a una mayor comprensión de ciertos hechos relacionados directamente con la metafísica de la Historia. Es decir que conociendo esos principios podremos abarcar un campo más amplio en cuanto a la verdadera influencia que las distintas corrientes de pensamiento tradicional han dejado en la cultura de los pueblos y las civilizaciones. Esto será particularmente fructífero en lo que se refiere a Occidente por tratarse de la cultura en la que hemos nacido y hemos heredado, aunque naturalmente se extiende a todas las épocas y a todos los lugares.

[388] En este sentido quien realiza esos principios universales en sí mismo equivale a lo que en el Taoísmo se denomina el «hombre verdadero».

[389] A este respecto queremos traer aquí las palabras del gran mago y teúrgo Cornelio Agrippa que encontramos en el capítulo V de Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana: «Las palabras sagradas no tienen, pues, en función de tales, su fuerza en la boca de los magos sino a través del poder oculto de las divinidades, que opera por su virtud en los espíritus de quienes están apegados a ellas por la fe. La virtud secreta de Dios a través de estos nombres divinos, como a través de vehículos, es transferida en quienes tienen oídos para oír, en quienes se convirtieron en templo y morada de Dios, y se purificaron por el mérito de la fe, por la gran pureza de costumbres y por la invocación de los dioses, tornándose capaces de recibir estas emanaciones divinas».

[390] Debemos tener en cuenta, por otro lado, que esa referencia a la invocación de las Musas dentro de nuestra cultura occidental no la hace nuestro autor tan sólo desde el punto de vista histórico, sino que con ello está afirmando sobre todo su plena actualidad, pues como él mismo se pregunta: «¿qué o quién nos impediría tomar contacto con estas diosas y entes espirituales que nos aguardan y conforman?»

[391] Estas palabras de Platón evocan asimismo las que Proclo pronuncia en su Teología Platónica (I, 25): «…la teúrgia es mejor que toda sabiduría y ciencia humana, puesto que ella concentra en sí misma las preeminencias de la adivinación, las fuerzas purificadoras de la observancia y cumplimiento de los ritos y todos los efectos sin excepción de la inspiración que procede de quien está poseído por lo divino».

[392] Nuestro autor habla a este respecto de que existe cierta «teatralidad» en la realización de la Obra Teúrgica, se trate o no de ceremonias propiamente dichas. Sobre todo esto remitimos al lector al capítulo XVII: «Aspectos Simbólicos del Teatro de Federico González».

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.